El conserje de mi edificio

Era una de esas noches en las que el alcohol corría libremente y las inhibiciones se quedaban en el bar. Caminaba con dificultad hacia la entrada de mi edificio, apenas consciente de mis alrededores. Al llegar, me encontré con el conserje del turno nocturno, un hombre enigmático llamado Miguel, con quien había intercambiado pocas palabras en el pasado.

«Buenas noches,» me saludó, con una sonrisa que parecía ocultar algo. Me apoyé en el mostrador, tratando de mantenerme erguido. «Hola, Miguel,» respondí, mi voz arrastrada por el alcohol.

«¿Sabías que en el salón de fiestas las luces se encienden solas?» me dijo, su tono ligeramente conspirativo. Lo miré con curiosidad. «¿En serio?» pregunté, más por seguir la conversación que por verdadero interés.

«Sí, es extraño. ¿Quieres verlo?» sugirió, su mirada fija en la mía. Algo en su tono me hizo dudar, pero la curiosidad y el alcohol me ganaron. «Claro, ¿por qué no?»

Me guió por los pasillos oscuros hasta el salón de fiestas. Una vez dentro, cerró la puerta tras de sí, el clic del cerrojo resonando en el silencio. «Mira,» dijo, encendiendo las luces. Por un momento, todo parecía normal, pero entonces las luces comenzaron a parpadear de manera intermitente.

«Extraño, ¿verdad?» comentó, acercándose más a mí. Su proximidad hizo que el aire se volviera más denso, y el ambiente se cargó de una tensión palpable. «Sí, muy raro,» respondí, sintiendo que algo más estaba sucediendo.

De repente, sus manos estaban en mis hombros, empujándome contra la pared. Mi corazón latía con fuerza mientras su mirada intensa me atrapaba. «Siempre te veo llegar a estas horas, sabes que no es seguro,» murmuró, su aliento cálido en mi oído. Su voz baja y ronca despertó algo dentro de mí, algo que el alcohol solo intensificaba.

Sin previo aviso, me besó con una pasión desbordante. Mis manos, casi por instinto, recorrieron su espalda, aferrándose a su camisa. El beso era profundo, hambriento, y me hizo olvidar todo lo demás. Nos movimos juntos hacia una mesa en el centro del salón. Miguel me empujó sobre ella, sus manos explorando mi cuerpo con una urgencia que reflejaba la mía propia.

El mundo exterior dejó de existir mientras nos perdíamos en el frenesí del momento. La ropa fue desapareciendo, pieza por pieza, hasta que no quedó nada entre nosotros. La sensación de su piel contra la mía.

El comenzó a besar mi abdomen hasta llegar a mi pene, y me dio una de las mejores mamadas qué he recibido en mucho tiempo, estaba tan nublado por la situación que me levanté y lo puse en 4 encima de la mesa y comencé a pasar mi lengua por su ano y el solo gemía de placer y me decía tiene que ser rápido, alguien puede preguntar por mi. Así que saque un condón de mi mochila y me lo puse y comencé a embestirlo. Le tape la boca con mi mano para que los gemidos no fuesen tan fuertes, pero estaba muy excitado, como a los 5 min de estarle dando le dije me voy a venir, y el me dijo que igual estaba por eyacular. Y así fue primero de vino el, y mientras acababa apretaba su ano y me hizo acabar a mi. Yo me quite el condón, me vestí rápido y salí casi corriendo de ahí. Ahora lo veo de vez en cuando, y me lanza su particular sonrisa, pero yo finjo no recordar nada y sigo de largo por vergüenza.

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