En el metro

Eran ya más de las once de la noche, venía en el metro, creo que era el último vagón. Me tenía que bajar en Escuela militar y me subí en san Pablo. Me subo al final, no había nadie, varias hileras más adelante de asientos habían dos personas. En la siguiente estación se sube él. Afuera llovía, sube mojado, con el pelo en la cara y su ropa mojada, se seca las gotas del rostro y me mira. Sus ojos negros penetrantes se clavan en mi, yo en él. No puedo dejar de mirarlo. Mi corazón palpita nervioso.

Se sienta delante de mí. Nos miramos. Se estira y coloca los brazos sobre el respaldo del asiento. Se estira, dejando ver que había un buen bulto en el pantalón. Corro mi mochila dejando ver mi paquete. La química fue instantánea. Ese calor que se siente de querer culiar con el gueón que está cerca, esas irremediables ganas de lanzarte al cierre. El hoyo palpitaba avisando que quería comer. Me toco, se toca. Me sobajeo, se sobajea. Abre el cierre y saca el pico.

Lo miro, era un tulón. Un tronco. Lleno de venas, morboso. Húmedo. Grueso, pelado y moreno. Vamos llegando a la estación siguiente y se coloca la mochila encima. Esperamos el cierre de puertas y saca la mochila. Me mira, lo miro y me arrodillo.

Lo tomo, lo huelo y lo pruebo. Sabor a día, a trabajo, a sudor, a macho varonil, a semen. Olor a cuerpo de hombre. Lo lamo rápido, llego a la mitad, mientras mi mano recorre ese hermoso cuerpo de arriba a abajo. Siguiente estación, me detengo. Nuevamente la mochila. Comienza el cierre de puertas y retomo mi tarea. Rápidamente hundí mi cabeza en su pico. Lamo, chupo, succiono, lengueteo, beso. Respiro. Repito la operación, mientras mi mano recorre ese tronco, apurando la recompensa.

Nuevamente una estación, no había nadie esperando así que no lo guarda. Sigo de rodillas en el piso del vagón, chupando como si el helado se me estuviera derritiendo en pleno sol. Mi mano apura el paso. La muevo rápidamente sobre todo en la cabeza. Quiero probar su leche.

En la siguiente estación ni siquiera me percaté que se detuvo, era una delicia, un manjar irresistible. Había que conseguirlo. Que rico sabor! Que rico olor! Que buen tamaño!

Primer aviso. Segundo aviso. Y mi boca se inunda de leche dulce y caliente. No separo mis labios de su tronco, el cual me llena la garganta. Siento los disparos. Lo miro a los ojos y ve en mí la satisfacción. Me toma la cabeza y me acaricia. Trago, un verdadero deleite para mi boca. Se detiene el tren y se baja.

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