Montando con el Elías

Hola cabros, les quiero contar algo que me pasó el verano pasado. Me llamo Andrés, tengo 20 años y soy de una localidad rural en la Región del Maule. Sí, soy de campo, un huaso de tomo y lomo, jaja.

Soy alto (1,85), delgado pero firme, y según me dicen, tengo lo mío. La cosa es que en los días calurosos de verano me gustaba recorrer la parcela familiar, a caballo. Tenemos una yegua hermosa que me acompaña en esas vueltas por el bosque. Una de esas tardes invité a un amigo, el Elías —24 años, moreno, buen físico y una sonrisa que desarma— a dar una vuelta y hacer unas carreras por los senderos.

Al principio todo normal, puro galopar y conversación. Hasta que en medio del camino, él me dice:

—Oye compa’, ¿no hace caleta de calor?

Y sin más, se desabrochó la camisa. Ahí fue cuando noté lo marcado que estaba. Me hice el weón, pero por dentro se me revolvió todo.

Un rato después le digo:
—¿Te echo una carrera hasta el bosque?

Salimos disparados. En la corrida se le cae el sombrero y para a recogerlo, así que yo llego primero y amarro la yegua a un tronco. Me escondo entre los árboles para asustarlo. Cuando llega, empieza a gritar:

—¡Ya po! ¡Sal, que si te pillo te saco la chucha!

Apenas me da la espalda, salto encima suyo. Caemos al pasto, entre risas y empujones. No era pelea, era juego: fuerza, cosquillas, su cuerpo sobre el mío, el mío sobre el suyo. En un momento quedamos cara a cara, tan cerca que sentía su aliento caliente. Los dos sudando como caballos.

Y en eso, sentí que se me paró. Estaba encima de él, así que era imposible que no lo notara. Me miró con una sonrisita y me soltó:

—¿Atinai tú, o atino yo?

No le di tiempo. Le planté un beso con lengua y con ganas, de años acumulados. Él me tomó de la cara con fuerza, yo a él. En segundos volaron las camisas, luego los pantalones. Quedamos en calzoncillos, rozando piel con piel.

Me lancé hacia su cuello, bajé por su pecho sudado, jugué con sus tetillas, y llegué a su bulto. Le pasé la lengua por encima del calzoncillo y me miró con esa cara de placer que uno no olvida. Se lo bajé y me metí ese pedazo de carne directo a la boca.

—Weon, lo hacís la raja… dale nomás, no parís —gemía.

Tenía un sabor entre sudor y deseo que me volvió adicto. Me lo comía con ganas, y él me tenía agarrado del pelo, susurrando puras cochinadas.

—Ahora quiero probar yo —me dice, y sin esperar respuesta se baja hasta mi entrepierna.

Me la chupó completa. Lenta, profunda, con lengua y todo. Me lamía los coquitos mientras me miraba con esa cara de huaso caliente. Después se para, busca su pantalón, saca un condón y me dice:

—Ya mi cabro, póngase en cuatro, que esto aún no termina.

—¿Estai seguro que podís con esto? —le pregunté entre risas, mostrándole mi culo bien formadito.

—De sobra… está rico.

Obediente como buen huaso, me puse en cuatro. Me metió un dedo, luego dos, y mientras tanto me daba lengüetazos en el potito. Me pegaba nalgadas y me rozaba con la punta de su pico.

—Ya estai listo, compadre.

—Pero con cuidado… —le dije. Grave error.

Se pone el condón y me lo mete de una. Grité, lo admito. Era grueso, firme, brutal… pero exquisito. Empezó a darme con fuerza. Sentía sus cocos rebotar, su respiración, su cuerpo chocando contra el mío. Estaba vuelto loco.

Después me puso en posición “pata al hombro”. Lo miraba mientras me lo metía con unas ganas que me dejaban sin aire. Sudábamos como animales, puro gemido y jadeo en medio del bosque.

Ya en cucharita me dice:

—Nos tenemos que ir cortina, así que pajeate.

Empecé a tocarme mientras él me seguía metiendo el pico. Me vine fuerte, con un gemido largo. Sentí cómo él también acabó dentro mío, y cuando la sacó, me puso encima de su pecho y me pajeó hasta que me vine de nuevo, dejándole el torso lleno de leche.

Nos quedamos acostados, mirándonos sin hablar, escuchando nuestros corazones a mil. Le dije:

—¿Vamos? No vaya a llegar alguien.

—Esto queda entre nosotros… pero no quiero que quede solo aquí. Quiero más.

—Yo también, compadre.

Nos abrazamos, nos vestimos, montamos y volvimos. Y sí, me picaba todo el culo con el pasto, jajaja. Llegamos a casa como si nada, y al despedirse me dice:

—Nos vemos, otro día montamos de nuevo —cerrándome un ojo.

Desde entonces, no hemos parado. Cada salida a caballo termina siendo algo más.
Somos yuntas… pero con beneficios bien ricos.

🐎 PD:
Si alguna vez se meten con un huaso, no pierdan la fe. A veces el campo guarda más secretos que la ciudad.
Y un consejo: si lo van a hacer entre pasto, lleven un saco o una manta, porque el poto con alergia no perdona. 😂

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3 Comentarios

  • MrJota
    julio 13, 2025 a las 2:35 am

    muy rico wn, cuenta mas experiencias con el porfa.

  • Antonio
    julio 13, 2025 a las 1:00 pm

    Confirmo lo de los huasos.. Sobre todo cuando vas a rodeo se presta mucho para encontrar webeo

  • Anónimo
    julio 13, 2025 a las 7:02 pm

    Wn que rico su secreto en la montaña

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