Mi primera vez con el argentino – Parte I

Como saben, soy de Colombia, un moreno de 1.72 m de alto con cuerpo de gym, piernas fuertes y un culo que he entrenado duro desde que descubrí lo rico que es que me claven. Con mis ahorros, en febrero de 2024 decidí escaparme a unas vacaciones de 5 días y 4 noches en Mar del Plata, Argentina. Elegí esa playa porque la vi en fotos: arenas doradas infinitas, atardeceres hermosos y una vibra de sexo libre y noches calientes. Hice la reserva en Airbnb en una cabaña chiquita pero linda, justo frente a la playa. Llegué solo, sin conocer a nadie, listo para desconectar y, quién sabe, quizás encontrar algo que me vuele la cabeza.

El primer día aterricé en el aeropuerto de Buenos Aires y tomé un taxi directo a Mar del Plata. Todo normal: el viento salado me pegó en la cara al bajar y me instalé en la cabaña. Salí a dar una vuelta por el pueblo, caminando por las callecitas cerca de la costa, oliendo el mar y el choripán. Me metí a un restaurante simple pero con vista al océano, pedí un asado y una birra fría. Ahí lo vi por primera vez: Mateo, un flaco argentino de unos 1.80 m, blanco, con piel suave y ojos verdes que te desnudan. Tatuajes en los brazos, pelo oscuro un poco revuelto y una sonrisa que me hizo apretar las piernas bajo la mesa. Me atendió él, súper atento, y cuando me trajo la comida, me miró fijo: «Che, boludo, no sos de por acá, ¿verdad? Te veo cara de turista».

Le sonreí, sintiendo un cosquilleo: «No, llegué hoy de Colombia. No conozco nada, solo la playa que vi en fotos». Me contestó con esa voz ronca argentina: «Bienvenido, che. Acá en Mar del Plata te vas a enamorar. Disfrutá, que las noches son para pecar». La atención fue impecable, me hizo reír con chistes locales, y cuando le pedí la cuenta, no pude aguantar. Lo miré directo y le dije: «Oye, Mateo, ¿me das tu número? Es que no sé nada de acá, y si en tu tiempo libre me mostrás los lugares chéveres, como guía turístico, y te pago por eso». Se rio, pícaro, y dijo: «Dale, boludo». Lo apuntó y dijo: «Yo te muestro todo lo que querás ver… y más». Me lo pasó en un papelito y, joder, sentí su mirada quemándome. Guardé el número en el bolsillo, pero no le escribí ese día. Me distraje caminando por la playa viendo el atardecer, sintiendo la arena entre los dedos, disfrutando de ese lugar.

Al siguiente día, salí temprano a desayunar en un cafecito cerca, pero antes le pregunté a la recepcionista del Airbnb dónde quedaba el gym más cercano. Me dio la ubicación de uno en el centro. Llegué sudando por el calor, y ¿quién estaba ahí, levantando pesas con una camiseta ajustada que marcaba todo? Mateo. Me vio, sonrió esa sonrisa que me había clavado en la cabeza, y se acercó oliendo a hombre puro: «¡Ey, el colombiano! ¿No me escribiste? Me quedé esperando, boludo». Me reí y le dije: «Se me olvidó, estaba conociendo, caminando la playa… pero si querés, hoy ¿a qué hora sales de trabajar?». Me contestó: «Hoy descanso, che, y mañana también. Puedo ser tu guía turístico, jajaja». Le dije: «Perfecto, ¿a qué horas empezamos?». Me dijo: «Si querés, paso por ti tipo 2 de la tarde. Traé ropa de playa, te llevo a unas calitas (playas) que solo conozco yo, lejos del turisteo».

Las miradas en el gym fueron fuego: él sudando, yo fingiendo concentrarme en mis sentadillas, pero viéndolo de reojo, imaginando esa verga grande que intuía bajo sus shorts. Cuando se fue, me gritó: «¡Escribime ya, boludo! No me dejes colgado». Le mandé un «Hola, soy el colombiano perdido» y él contestó al toque: «Listo, ya tengo tu número». Sabía que había química, por cómo hablábamos y nos mirábamos.

Salimos esa tarde en su carro viejo pero cool, con vidrios polarizados que nos daban privacidad. Me preguntó cómo iba todo: «¿Qué te parece Mar del Plata?». Le dije: «Me encanta, la playa es hermosa. Ayer caminé por Varese, pero no me bañé, solo miré el mar pensando en… cosas». Se rio: «Hoy te vas a mojar todo, boludo. Vas a disfrutar conmigo». Esas risas picaronas me pusieron tieso. Me llevó a rincones escondidos: comimos empanadas en un puesto playero, tomamos helado de dulce de leche delicioso y terminamos en una playa virgen cerca de las dunas, donde nos bañamos. Jugamos en el agua, salpicándonos, y, joder, sentí su cuerpo rozando el mío bajo las olas. Él alto, blanco; yo moreno –parecíamos sacados de una porno gay.

De noche, me llevó a un boliche en el centro, uno de esos con luces neón y reggaetón mezclado con cumbia argentina. Tragos en mano, la charla fluyó: le conté de mi vida en Colombia, del gym, del trabajo y todo. Él me preguntó si tenía pareja y le respondí: «Nah, estoy soltero, buscando aventuras». Le devolví la pregunta: «¿Y vos?». Se acercó al oído: «Tengo un problema, che. Me gustan los hombres, soy activo puro, me gustan los culos de hombres como el tuyo». Me reí nervioso y le dije: «No me incomoda, al contrario… interesante saber eso». Y me dijo: «¿Sí? ¿Por qué?». Yo le dije: «Por eso, a mí me gustan los hombres y me gusta el rol de pasivo». Se echó a reír con esa risa picarona y seguimos hablando de cosas. Y cuando salimos, en el carro me miró y me dijo: «¿Cómo nos despedimos?». Le contesté: «Como se despiden los que quieren más». Me besó, lengua adentro. Fue eléctrico, pero me bajé en la cabaña con la promesa de más.

Al otro día, me escribió temprano: «¿Qué hacés, boludo?». Le dije: «¿Desayunando? ¿Y tú?». Él respondió: «Yo también, pero después tengo que hacer unas cosas de la uni. Pensaba en lo de anoche… me distraés». Y le respondí: «Yo también». Y él me escribió: «¿Será que pasa más…?». Le dije: «Quizás, pero ¿y si me enamoro de un argentino?». Y me escondió el: «Mejor, las redes y aviones existen. Si querés, paso por vos hoy. Estoy estresado, quiero desestresarme». Le respondí: «Yo también estoy estresado, estaría super mejor. Dale». «Vivo solo en un depto chiquito, voy por ti y te lo muestro». Le dije: «Dale, en hora y media estoy». Sabía lo que iba a pasar: me fui al gym, entrené nalga extra para que quedaran duras y cuando terminé le escribí: «Terminé». Y me dijo: «Ven, estoy en el parqueadero esperándote». Ok, lo vi y le dije: «Tenía muchas ganas de verte». Subí, lo besé de una y fuimos a su depto en el centro, con vista al mar. «Traje vino», dijo, pero yo: «Primero, estoy sudado del gym. ¿Me prestás el baño?». «Dale, pero ¿me baño con vos para ahorrar agua?». Nos reímos. Me bañé primero y salí con mi sorpresa: un hilo dental rojo que se me metía por medio de las nalgas, medias de mallita que subían por mis piernas morenas, y ya listo salí y lo vi en la sala… Continuará.

¿Te gustó el relato?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 4.9 / 5. Recuento de votos: 29

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

/ / 🇨🇴 Colombia / 🌈 Gay /
💬 Escribe un comentario

No hay comentarios aún. ¡Sé el primero en comentar!

💬 Deja tu comentario

×

Reportar Relato

SALTAR AVISO