La noche
La habitación olía a sexo antes de que empezaran.
Él había dejado la ventana entreabierta a propósito: la brisa fría de la noche entraba y hacía que su piel desnuda se erizara mientras la esperaba sentado en la silla de cuero al pie de la cama, con las piernas abiertas y la polla ya dura, pesada, apoyada contra su abdomen.Ella apareció en el umbral como si la hubieran invocado. Camiseta blanca de él, tan grande que se le caía de un hombro, sin sujetador, sin bragas. Los pezones marcados bajo la tela, el contorno de su coño apenas visible cuando la luz de la calle le pegaba de lado. Se mordió el labio inferior al verlo así, expuesto, peligroso.No hubo palabras. Solo un «ven» ronco que le salió de la garganta como una orden.Ella avanzó descalza, se arrodilló entre sus muslos sin que él se lo pidiera. Tomó la base de su polla con una mano temblorosa y se la metió hasta la garganta de una sola vez. Él soltó un gruñido animal, agarró su pelo con fuerza y la mantuvo ahí, enterrado hasta que sintió las lágrimas de ella mojándole los dedos. Solo entonces la dejó respirar, sacándola despacio, hilos de saliva brillando entre sus labios y su glande.«Buena chica», masculló, limpiándole la barbilla con el pulgar y metiéndoselo después en la boca para que lo chupara.La levantó del suelo como si no pesara nada, la tiró la camiseta al suelo y la empujó contra la cama boca abajo. Ella se puso de rodillas por instinto, culo en alto, mejillas separadas, coño hinchado y brillante de lo mojada que ya estaba. Él se arrodilló detrás, abrió sus labios con los pulgares y hundiendo la cara entre sus piernas sin aviso. La lengua plana, dura, lamiendo desde el clítoris hasta el ano en una pasada larga y obscena. Ella gritó contra la sábana, intentó cerrar las piernas; él las abrió más con las manos, clavándole los dedos en los muslos.«Quieta.»Volvió a lamer, esta vez metiendo la lengua dentro, follando con ella hasta que ella se retorcía y suplicaba con voz rota. Entonces se incorporó, se escupió en la mano y se untó la polla entera. Apoyó la punta en su entrada y empujó sin piedad, de una sola estocada hasta los huevos.Ella soltó un grito ahogado que se convirtió en gemido largo cuando él empezó a follarla con fuerza, sin pausa, cada embestida haciendo que sus tetas rebotaran contra el colchón. Le agarró las muñecas, las juntó a la espalda con una sola mano y usó la otra para azotarle el culo hasta que quedó rojo, marcado con sus dedos.«Más fuerte», suplicó ella entre jadeos.Él obedeció. Se sacó casi entero y volvió a entrar con un golpe seco que la hizo avanzar sobre la cama. Repitió, y repitió, hasta que el sonido húmedo de sus cuerpos chocando era lo único que se oía. Le soltó las muñecas para agarrarle el pelo y tirar hacia atrás, arqueándole la espalda al máximo mientras la follaba como si quisiera partirla en dos.Ella empezó a correrse sin avisar: el coño apretando alrededor de su polla en espasmos violentos, chorros calientes mojando sus muslos y la sábana. Él no paró; al contrario, la sujetó por las caderas y la embistió más rápido, más profundo, hasta que sintió que sus huevos se contraían.«Dentro», rogó ella, casi llorando. «Por favor, dentro.»Él se hundió hasta el fondo y se vació con un rugido, chorro tras chorro caliente llenándola mientras su polla palpitaba dentro de ella. Se quedó así, pegado a su espalda, respirando contra su nuca sudorosa, todavía duro.Cuando por fin se salió, un río blanco espeso bajó por los muslos de ella. Él lo recogió con dos dedos y se los metió en la boca. Ella los chupó obediente, mirándolo a los ojos.Luego la giró boca arriba, le abrió las piernas en V y volvió a entrar despacio, casi con ternura, mientras le acariciaba el pelo empapado.«Otra vez», susurró contra sus labios. «Te voy a follar hasta que no puedas caminar.»Y cumplió. Toda la noche.
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