Las pololas salieron…

Las pololas salieron...

Era un sábado de verano de 2025, a las 3 de la tarde. El sol pegaba fuerte en Santiago, con una temperatura que rozaba los 35 grados, haciendo que el aire se sintiera espeso y pegajoso. Camilo, de 29 años, estaba en su departamento solo, sudando a chorros mientras preparaba unas cervezas frías en el refri. Llevaba shorts holgados y una camiseta sin mangas que se adhería a sus grandes pectorales y músculos definidos, fruto de años en el gimnasio. Medía 1.92 metros y pesaba 96 kilos de puro músculo, con un pene de 18 centímetros que, en ese calor, se marcaba ligeramente bajo la tela.

Sonó el timbre y abrió la puerta a su mejor amigo, Sebastián, de 33 años. Sebastián entró con una sonrisa, cargando una six-pack extra de cervezas y el control de PlayStation que siempre traía para sus tardes de vicio. Medía 1.87 metros, 92 kilos de gimnasio puro, con pectorales prominentes y un cuerpo esculpido que rivalizaba con el de Camilo. Llevaba shorts deportivos y una camiseta ajustada, pero el sudor ya le corría por el cuello. «Hermano, qué calor de mierda», dijo Sebastián, quitándose la camiseta de inmediato y tirándola en el sofá. «Vamos a jugar FIFA antes de que me derrita».

Camilo rio y se quitó la suya también, revelando su torso desnudo, brillante por el sudor. «Sí, weón, el aire acondicionado está malo, pero aguantemos. Mi polola está de viaje con las amigas, así que tenemos la casa libre». Sebastián asintió, pensando en su propia novia, que estaba en el gimnasio. Eran mejores amigos desde la universidad, confidentes en todo: mujeres, trabajo, hasta confesiones sobre fantasías que nunca habían explorado. Pero hoy, el calor y la intimidad del departamento vacío parecían cargados de algo nuevo.

Se sentaron en el sofá frente a la TV, controles en mano, cervezas abiertas. El partido virtual empezó, pero el sudor les corría por los pechos, gotas resbalando por los abdominales marcados. En un momento de pausa, Sebastián se inclinó para agarrar una cerveza del piso y su hombro rozó accidentalmente el pecho de Camilo. Sintió la piel caliente, los músculos firmes, y una chispa inesperada le recorrió el cuerpo. «Perdón, weón», murmuró, pero sus ojos se detuvieron en los pezones de Camilo, grandes y oscuros, endurecidos por el roce del aire.

Camilo no dijo nada al principio, pero notó cómo Sebastián lo miraba. «Tranquilo, hermano. Con este calor, todo se pega». Siguió el juego, pero su mente divagó. Siempre había sido hetero, con su polola desde hace años, pero la confianza con Sebastián era absoluta. Habían bromeado sobre cuerpos en el gimnasio, pero nunca más allá. De repente, en una jugada intensa, Camilo gritó de victoria y le dio un empujón juguetón a Sebastián, haciendo que su mano aterrizara directamente sobre el pectoral izquierdo de su amigo.

Sebastián jadeó, no de dolor, sino de algo eléctrico. Su palma sintió el músculo duro, el pezón erecto bajo los dedos. En lugar de apartarse, apretó ligeramente, como probando. Camilo se tensó, pero no se movió. «Weón… ¿qué estás haciendo?», preguntó, con la voz ronca, pero sin enojo. El pene bajo sus shorts empezó a endurecerse, traicionándolo.

Sebastián tragó saliva, su propia polla de 22 centímetros comenzando a hincharse visiblemente en los shorts. «No sé, hermano. Hace calor, estamos sudados… y tu pecho se ve… Muy bien». Retiró la mano, pero sus ojos bajaron al bulto creciente de Camilo. «Mira, a ti también te pasa algo». Camilo miró hacia abajo y rio nervioso. «Puta, weón, es el calor o qué sé yo. Pero… si quieres tocar, toca. Somos amigos, confianza total. No hay drama».

Eso fue el detonante. Sebastián, impulsado por una curiosidad que nunca había admitido, se acercó más en el sofá. Sus manos, grandes y callosas del gimnasio, se posaron en los pectorales de Camilo, masajeando los músculos con firmeza. Camilo cerró los ojos, sintiendo un placer nuevo irradiar desde su pecho. «Sigue, weón… aprieta más». Sebastián obedeció, sus pulgares rodeando los pezones, pellizcándolos suavemente al principio. Camilo gimió bajo, su polla ahora completamente dura, formando una tienda en los shorts.

Animado, Sebastián bajó la cabeza, su aliento caliente contra la piel sudada de Camilo. «Quiero probar algo», murmuró, y su lengua salió, lamiendo el pezón derecho de Camilo en círculos lentos. El sabor salado del sudor lo invadió, y una adicción instantánea se apoderó de él. Chupó con fuerza, succionando el pezón endurecido entre sus labios, mordisqueándolo con los dientes. Camilo arqueó la espalda, jadeando. «Puta madre, Sebastián… nunca sentí esto. Muerde más fuerte, weón». Era un placer virgen para él, descubrir que sus pezones eran tan sensibles, especialmente bajo la boca de su amigo.

Sebastián se volvió loco con eso. Alternaba entre los dos pezones, lamiendo, chupando, mordiendo hasta dejarlos rojos e hinchados. Sus manos bajaron por el abdomen de Camilo, rozando el borde de los shorts. «Hermano, tu cuerpo es una máquina… quiero ver más». Camilo, perdido en el morbo, se bajó los shorts de un tirón, liberando su pene de 18 centímetros, grueso y venoso, con la cabeza goteando precúm. «Tócalo si quieres. Exploremos, weón. Nadie se entera».

Sebastián se arrodilló entre las piernas de Camilo, sus ojos fijos en esa polla dura. Nunca había tocado a un hombre así, pero la atracción por su amigo era innegable ahora. Agarró el pene con una mano, masturbándolo lentamente, sintiendo el calor y el pulso. Camilo gimió, empujando las caderas. «Chúpalo, Sebastián. Quiero sentir tu boca». Sebastián dudó un segundo, pero el morbo ganó. Abrió la boca y engulló la cabeza, chupando con avidez, su lengua girando alrededor del glande, saboreando el precúm salado.

Se hizo adicto al instante. Bajó más, tragando la mitad del pene, succionando con fuerza mientras su mano masajeaba las bolas pesadas de Camilo. El sudor del verano hacía todo más resbaladizo, más sucio. Camilo agarró la cabeza de Sebastián, guiándolo. «Así, weón… chupa más profundo. Eres bueno en esto». Sebastián gemía alrededor de la polla, su propia erección de 22 centímetros presionando contra los shorts, goteando.

Se quitó los shorts también, liberando su enorme pene, más largo y grueso, curvado ligeramente. Camilo lo miró con ojos lujuriosos. «Puta, hermano, el tuyo es un monstruo». Se inclinó y lo agarró, masturbándolo mientras Sebastián seguía chupando el suyo. Era un intercambio de placer puro, manos y bocas explorando cuerpos sudorosos. Sebastián volvía obsesivamente a los pezones de Camilo, lamiéndolos entre chupadas a la polla, mordiendo hasta que Camilo gritaba de placer mezclado con dolor.

«No pares con mis pezones, weón… me vuelves loco», jadeaba Camilo. Sebastián obedecía, alternando: chupaba un pezón, mordía el otro, luego bajaba a engullir la polla entera, garganta profunda hasta que las bolas tocaban su barbilla. El departamento olía a sudor masculino, a sexo crudo. No hubo penetración; era demasiado nuevo, demasiado intenso para eso. Solo exploración mutua, confianza de amigos que se permitían todo.

Camilo fue el primero en explotar. «Me vengo, Sebastián… trágatelo». Empujó profundo y eyaculó en la boca de su amigo, chorros calientes y espesos que Sebastián tragó con avidez, saboreando cada gota. Eso lo llevó al límite: se masturbó furiosamente mientras lamía los pezones de Camilo una vez más, y se corrió en el pecho de su amigo, pintando los músculos con semen blanco y pegajoso.

Se recostaron en el sofá, jadeando, cuerpos sudorosos pegados. «Weón, eso fue… intenso», dijo Camilo, riendo. «Pero solo entre nosotros, confianza total». Sebastián asintió, limpiando el semen con una mano. «Sí, hermano. Somos amigos, nada más. Pero puta que me gustó chuparte los pezones y esa polla». Sonrieron, sabiendo que sus pololas esperaban fuera, pero este secreto los unía más. El PlayStation seguía encendido, olvidado en la pausa eterna.

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1 Comentario

  • Anónimo
    diciembre 6, 2025 a las 6:40 pm

    Aburrido que lo narrara en tercera persona 🙄

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