Clase de fuego 2
Clase de fuego – Parte 2: Segunda vuelta
Nos quedamos así un rato. Yo con la cabeza en su pecho, él con los dedos jugando en mi espalda baja, como si no pudiera parar de tocarme. Afuera, la lluvia seguía cayendo, y adentro el aire estaba cargado, húmedo, con olor a sexo fresco.
Stefano me besó la frente, después bajó a mi mejilla, y siguió por el cuello. Me reí, medio sin fuerzas.
—¿Ya querés otra vez?
—¿Y vos no? —me respondió, lamiéndome el lóbulo de la oreja—. Te acabás como una puta y todavía estás duro…
Tenía razón. Lo estaba. Solo con sentir su cuerpo contra el mío, con su respiración encendiéndome la nuca, mi pija ya volvía a levantarse. Me giró de costado, me levantó la pierna, y sin dejar de besarme, empezó a rozarme la entrada con su glande todavía duro. Yo gemí bajito, el calor me subía por la espalda.
—Pará —le dije, sonriendo, dándolo vuelta—. Ahora me toca a mí.
Se dejó hacer, mirándome con una mezcla de sorpresa y deseo. Lo puse boca abajo, con las piernas separadas, y me arrodillé entre ellas. Su culo era perfecto, redondo, firme. Me incliné y empecé a lamerlo como si fuera mi última cena, metiendo la lengua bien adentro mientras lo sentía estremecerse.
—Emi… te vas al carajo… —jadeaba, con la cara hundida en la almohada.
Le metí un dedo, después dos, despacio, abriéndolo con paciencia. Cuando lo sentí listo, me puse un forro y lo empujé hasta que se lo metí todo. Gritó de placer, con la voz rota.
Lo cogí con fuerza, agarrándolo de la cintura, sintiendo cómo se me tragaba entero. Él movía el culo para empujarse más, más profundo, como si me necesitara adentro hasta los huesos.
—Te gusta que te cojan así, ¿no?
—Sí… así… más… no pares…
Me volví loco. Le pegué una nalgada, lo giré y me lo cogí de frente, mirando su cara mientras se tocaba la pija con desesperación. Él se vino otra vez, caliente, mojándose el abdomen. Yo me vine segundos después, rugiendo, descargándome hasta quedarme temblando, cayendo sobre él.
Los dos quedamos pegados, sudados, con los corazones desbocados. Stefano me acariciaba la nuca, sin decir nada. Me besó suave, despacito.
—¿Vos sabías que me gustabas desde el primer día, no?
—Yo también me hacía la boluda —le respondí, riéndome.
Nos abrazamos, envueltos en sábanas húmedas, sabiendo que esto ya no era solo un polvo más. Era el comienzo de algo… salvaje y peligroso. Y tal vez, algo más.
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