Clase de fuego 3

«Clase de fuego – Parte 3: Aula vacía»

Pasaron los días y el deseo no bajaba. Todo lo contrario. Cada vez que lo veía entrar al aula, cada vez que cruzábamos miradas desde lejos, el recuerdo de su cuerpo, de su pija adentro mío, me hacía estremecer.

Un viernes, terminada la clase, Stefano me escribió:

> “Estoy caliente. Aula 307 está vacía. Cerrá la puerta cuando entres.”

Sentí cómo se me tensaba todo el cuerpo al leerlo. No contesté. Solo fui.

La 307 estaba en un rincón del edificio viejo de la facultad, casi nadie la usaba. Cuando abrí la puerta, la luz estaba apagada. Solo entraba un poco de sol filtrado por las persianas. La cerré detrás mío con el corazón latiéndome en la garganta.

Él estaba ahí. Apoyado contra el escritorio del profesor. Con la mochila en el piso, la remera ya medio levantada, y esa sonrisa descarada que me volvía loco.

—Tardaste.
—¿Así me recibís?

Me acerqué sin hablar más. Lo agarré de la cintura y lo besé con violencia, con ganas de comérmelo. Me apretaba fuerte contra él, sintiendo cómo su verga ya estaba dura dentro del pantalón. Se lo bajé sin esperar. Lo saqué. Palpitante. Tibio. Hermoso.

Me arrodillé delante suyo, entre los pupitres, y empecé a chupársela como si tuviera hambre. Lo sentí temblar. Me agarró del pelo, gimiendo bajito, los dientes apretados para no hacer ruido.

—La puta que te parió, Emiliano… qué bien la chupás…

La tenía toda mojada, se la metía hasta la garganta, me babeaba la cara, y no me importaba. Sentía el peligro, la adrenalina, el morbo. Me la sacó de la boca de golpe, jadeando.

—Dame el culo. Ya.

Me di vuelta, me bajé el pantalón y me apoyé sobre un pupitre. Él escupió en su mano, me abrió con fuerza, y sin mucha ceremonia me la metió, con ansiedad, con hambre, como si no hubiera mañana.

—Estás tan caliente —me dijo al oído mientras me cogía—. Sos mío. Todo esto es mío.

Me empujaba fuerte, rápido, con las bolas chocando contra mí, con su respiración caliente en mi espalda. Yo mordía el puño para no gritar. Me corrí otra vez sin tocarme, sintiendo cómo él se tensaba, cómo me llenaba de su descarga, mordiéndome el hombro para no gemir.

Se quedó unos segundos adentro. Después me abrazó por la espalda, con la pija todavía caliente y húmeda dentro mío.

—Esto se nos está yendo de las manos… —dijo, riendo.
—No me quejo —le respondí, dándome vuelta para besarlo.

Nos vestimos rápido. Nadie nos vio salir.

Pero en la mirada que me lanzó mientras se alejaba por el pasillo, ya sabía que esto apenas empezaba.

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