Con weón que conocí en tinder
Me junté con un hombre que conocí por Tinder. Lo aprobé viendo a la rápida su foto de perfil, posando de lejos y con lentes oscuros, inserto en medio de un bosque. El resto de las imágenes disponibles en la aplicación eran similares.
Él partió escribiéndome, adulando de entrada mi supuesta belleza. Rodrigo, 37 años. Le dije, sin pensarlo demasiado, que también lo encontraba guapo. Continuó hablándome con mayor insistencia.
“Te puedo raptar? y no soltarte hasta mañana”, escribió.
“Me tinca jajaja”, le dije.
“Podríamos juntar nuestros <3 <3 <3”, respondió.
“¿Y qué podríamos hacer? jijiji”, repliqué.
“Querernos”, apareció en mi pantalla del celular.
“jajaja qué rico, me encantaría besar”, le escribí, para luego agregar:
“por todos lados xd”.
“agregame su conmigo quiere hacer travesuras jajaja escucho esa cabcion (sic)”.
Intercambiamos un par de mensajes más por Whatsapp. Me invitó a su departamento, a tomarnos un vino y, si se hacía tarde, podía quedarme a dormir. Me vestí y salí de casa sin tener certeza si lo vería, motivado más bien por el mero impulso de no permanecer en mi hogar. Me subí a una micro cualquiera y llegué a la Estación Mapocho, desde donde caminé por el paseo Puente en dirección a la Alameda. Decidí juntarme con él cuando ya andaba por el Paseo Bulnes. En realidad no tenía nada mejor que hacer. Pero no me había fijado que me había escrito hace algunas horas preguntándome si ya me había arrepentido. Le respondí que no, que incluso estaba cerca de su casa. Me escribió una serie de palabras inconexas que descifré como reproches.
“Lo siento, me aburren los dramas, suerte”, atiné a responderle.
“Gracias”, contestó, pero minutos después agregó:
“Eras demasiado lindo para ser cierto”.
“Disculpa que, como persona que vive en el mundo real, tenga también otras cosas que hacer”, le escribí dando por finalizada la conversación.
La situación me pareció tan desagradable que apagué el celular. Me puse a fumar un buen rato acostado en una de las bancas. Al rato volví a prender el teléfono para buscar a otro hombre. El teléfono sonó y no quise contestar. Era él. Me escribió que nunca había pensado en regañarme, que se sentía muy triste, que había comprado algo para comer juntos esta noche. Le propuse vernos en media hora afuera del metro Bellas Artes.
Lo primero que me preguntó al verme fue si me sentía bien. Tenía los ojos de un verde apagado. Le dije que estaba un poco mareado. Caminamos por Mosqueto hasta un local cuico con terraza. Él pidió un café cortado y un trozo de pastel, yo un jugo de piña y ricota de arándanos, porque era lo que menos conocía. Me fijé en los surcos de su piel y sus párpados hinchados. Me contó que era enfermero y que trabajaba en una comuna alejada de la ciudad. Que venía de Concepción y que se levantaba cada día a las 5:45 de la mañana. Dijo que hace tiempo que no tenía una pareja y que una de sus amigas le había bajado la aplicación. Le mentí diciendo que tampoco sabía mucho sobre conocer virtualmente. Cuando le conté que me gustaba escribir, me comentó, con un poco más de entusiasmo, su fanatismo por Paulo Coelho. Así fue pasando el tiempo. Salimos del café y le agradecí la invitación. “Gracias a ti, principito”, me respondió, mientras pasaba una de sus manos por mi cintura en dirección hasta su casa.
Llegamos a su departamento, ubicado entre Portugal y Curicó, frente a la facultad de arquitectura de la Universidad de Chile. Me encontré con un espacio, atestado de objetos aparentemente inútiles. Moví algunos y me puse cómodo en el único sillón que cabía en el living. Sentí calor. Me miró y pasó su mano suavemente por mi barba, con insistencia. Me recosté en su pecho. Se levantó y puso reggaetón en la radio. Vio mi cara de disgusto y me dijo que a él tampoco le gustaba mucho esa música, pero que sí justo esas canciones que había seleccionado para la velada. Intentó besarme. Desde el resto de los departamentos se podía ver todo. Le pedí pasar a su pieza. Llegué y lo esperé. Mi mirada se concentró en una imagen de Cristo que permanecía entre un poster de Julia Roberts y otro de Madonna en Like a Prayer.
Se acostó frente a mí en la cama, lanzándome besos de lejos. Me acomodé y aproveché de agarrarle el bulto que ya había empezado a notar entre sus flácidas piernas. Le bajé el boxer y se lo empecé a chupar. Empezó a crecer en mi boca. Mientras le pasaba la lengua por el glande miraba una caja abierta de amoxicilina sobre su velador. En eso me bajó los pantalones y me empezó a hacer sexo oral, rozándome con los dientes. Después me puso al borde de la cama y él, de pie, introdujo su miembro húmedo desde arriba, mientras yo le apretaba las nalgas con ambas manos. Nuestras salivas sonaban hasta que una llamada interrumpió el acto. Miramos el techo desnudos. Se levantó para mirar su teléfono, un iPhone 6. Unas amigas le habían escrito que estaban cerca. Le di la opción de que fuera y yo que yo me iba a casa, pero me recalcó que quería quedarse conmigo. Me motivé a acompañarlo. Me vestí y al salir tomé mi mochila. Vi en sus ojos que le había afectado aquel acto. “Pensé que te quedarías. En algún momento buscarás alguna excusa para irte”, dijo mientras caminábamos, en voz alta, no como queja sino como un pensamiento que emerge de pronto sin posibilidad de interceptación. Le expliqué que lo hacía por si ocurría algún imprevisto. Me escudé diciéndole que en Santiago éramos así, desconfiados. “Ya me han engañado muchas veces en la vida”, lancé al aire.
Llegamos a un bar y me saludé con sus amigas, que bordeaban ya los 40 años. En realidad eran sus compañeras de trabajo. Una de ellas no paraba de mirar a uno de los garzones, diciendo que por él ya era una clienta habitual. Pidieron pisco sour en copas alargadas y una pizza a la piedra. Le preguntaron a Rodrigo cómo iba con su licencia. Respondió que bien, que se sentía un poco mejor. Después nos preguntaron de dónde nos conocíamos y él les dijo la verdad. Nos desearon éxito. Al rato esparcieron el rumor a través de un grupo de Whatsapp. Mientras caminábamos por Lastarria nos sacamos una selfie grupal, donde tuve que ponerme la máscara para fingir una sonrisa. Seguía mareado. Me ofreció amablemente dejarme en la micro para que me fuera a casa. Le señalé que no, que quería irme con él. Volvimos a su edificio. Puso su huella digital en la puerta que daba a la calle y entramos.
“Viste que no me fui”, le recalque, mientras lentamente el ascensor subía.
Sonrió por un instante.
No prendimos luz alguna y yo fui directo a su pieza para acostarme en silencio. Llegó después de unos minutos y me empezó a desnudar, poco a poco, oliendo cada prenda, concentrado, y con los ojos muy abiertos mirándome fijamente. Su respiración se agitaba mientras se sacaba la ropa, quedándose sólo en polera e impidiendo con un rápido movimiento que se la quitara.
Apagué la luz, me di la vuelta y puse el culo en alto. Me dio un fuerte agarrón en las nalgas y fue acercando poco a poco sus labios. Sacó la lengua y me empezó a lamer, de arriba a abajo, lento y luego rápido, entrando y saliendo, succionando y mordiendo. Experimentamos en distintas posiciones. De pronto, se levantó y se dio la vuelta.
“Te quiero adentro mío”, dijo.
“¿Tienes condón?”, respondí.
“No”, lo siento”, señaló.
“Entonces sólo un poco”, repliqué.
Y le metí el pene, sintiendo el contacto con sus paredes carnosas. Pero lo saqué rápido. Le levanté las piernas con violencia para comerme su culo. Dio un grito. Se quejaba tocándose la parte baja de la columna. Dimos todo por concluido. Me abrazó por detrás y me quedé dormido.
Desperté por la luz de la mañana. Me volvió a abrazar e intentó besarme. Me dio asco. Me dijo mi amor. Me dio más asco. Me puse arriba de él, le pasé los testículos por la cara. Me masturbé mientras le tiraba del pelo para que volviera a lamerme el ano. Miraba hacia abajo y me encontraba con sus ojos suplicantes. El acto acabó con su rostro salpicado de lagunas blancas.
Qué rico.
Sí
¿Te gustó?
Sí, pero te quería dar un beso.
Después de pasar al baño, fue a la cocina para prepararme un té de hierbas y un pan con palta. De lejos me dijo que pasaría esa tarde a ver a la Sor Teresa.
Le pregunté de lejos:
¿Le contarás a tus amigas lo que pasó entre nosotros?
Me miró y dijo: “No, yo no cuento esas cosas”
Buu ¿Por qué?
¿Para qué? ¿Para que cuando me pregunten cómo salió todo después, tenga que decirles que nunca más te vi?”.
Y era verdad, no me interesaba verlo más. Rompí el silencio diciéndole que me tenía que ir, con un suave beso en uno de sus hombros. No levantó la mirada. El personaje se llevó las manos al rostro y se hundió en el sillón, mientras yo tomaba mi mochila para continuar mi camino.
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4 Comentarios
Mr. Jota
septiembre 1, 2025 a las 4:52 amOH Ctm permiso me voy a desahogar acá. Wn me sentí profundamente identificado con la historia en cuanto a esa sensación que de que hay wns (casi la mayoría a estas alturas) que si no respodnes altiro en una app se ofenden, se van en la depre, luego te ghostean, como si no les entrara en la cabeza que uno tiene vida, trabajo, familia, amigos, y que no todos andan pegados 24/7 hablando por redes. Ese tipo de situaciones me repelen inmediantamente, yo como bisexual creí que el drama iba a quedarse con las minas, y ME EQUIVOQUE!
la frase «intentó besarme. Me dio asco. Me dijo mi amor. Me dio más asco.» refleja la reacción mas natural a la intensidad amorosa de una persona que acaba de mostrarte su intensidad toxica.
Anónimo
septiembre 1, 2025 a las 7:36 pmQue paja esta historia sentí todo el rato que la situación tuvo que haber acabado super antes… no entiendo a la gente que insiste en gente que no le gusta y después se expresan de esa manera de la otra persona, loco nadie te obligó a estar ahí, pero ahí estuviste haciéndote pasar un mal rato de puro wn
Anónimo
septiembre 6, 2025 a las 1:30 pmla historia está bien redactada y creo que quién la escribió describió bien la miseria de dos los sujetos…
Anónimo
septiembre 2, 2025 a las 2:19 amQue triste que muchas personas no valoran al otro y que hacen malos comentarios… Para que juntarse si no valoras nada…