De weón a sutro
Naturalmente, como un pendejo weón (que uno suele ser en los años más verdes de nuestra juventud), me costó mucho volver a mirar a los ojos a Tomás, de hecho dejamos de hablar por meses. Evidentemente, le seguí mirando (e incluso adorando) con una lujuria que solo una persona que tuvo su primera «buena» experiencia sexual puede hacerlo, sin embargo era cuidadoso en no parecer demasiado exaltado por su presencia o nuestra compartida intimidad. En clases, muchas veces se me paraba el pene con fuerzas que eran imposibles de prevenir. En retrospectiva, es difícil que alguien no se diera cuenta de algo tan expuesto como una erección, pero entre adolescentes debe haber un acuerdo silencioso de no avergonzar a otro – al menos en ese tipo de espacio «público» compartido con él (no aplica a situaciones en las que solo hay hombres).
Uno de estos momentos calentones ocurrieron un día caluroso de primavera. Para mi fortuna, el uniforme escolar deportivo de mi colegio incluía una polera manga corta que permitía ver con atención los rasgos masculinos más atractivos de mis compañeros, sus biceps músculosos y marcados, el delgado vello de sus brazos y axilas y esto sin mencionar las incontables veces en el día en que dejaban en descubierto sus abdómenes. Además de esta polera, se incluía en el uniforme un buzo standard que en días de calor eran remplazados por unos shorts tan cortos que se acercaban más a la moda 80era en la que la longitud de los shorts era realizada con la única intención de cubrir los órganos sexuales y nada más; por lo que a la vista quedaban los muslos completos de mis compañeros, pálidos en algunos casos, pero siempre lograban calentarme tanto como un porno de Brett Corrigan. En este día de calor, que coincidía con un día de educación física, Tomás se sentó a mi lado. Su físico (más trabajado que el del resto) llamativo, apretado bajo su ropa deportiva, me llamaba a observar cuidadosamente cada detalle. Recuerdo cómo al balancearse en su silla, le gustaba masajearse suavemenente sus oblicuos – debo añadir que me parecía el acto más sensual del mundo – y subir lentamente hasta su pecho. Por algún motivo, a pesar de verlo en las duchas, sus pezones pequeños y definidos me eran más eróticos en la sala de clase. Tomás dejo de balancearse y se giró hacia mí.
«¿Hazlo conmigo?» Dijo con su voz melosa.
Evitando pensar en las mil formas en que me gustaría tocarlo y lamerlo, pregunté «¿Qué?»
Resulta durante la hora en que estuve de reojo enfocado en Tomás, la profesora había asignado un trabajo en parejas y el sin perder el tiempo – sabiendo que a mí se me daba fácil el ramo – me eligió como compañero. «Ah sí po, obvio» respondí con la aclaración.
«¿Nos juntamos en tu casa?» Preguntó volviendo a balancearse está vez llevando su mano al interior del short para acomodar su miembro. En mi ansiedad no pude evitar relacionar su gesto con lo que haríamos en mi casa e inmediatamente llamé para informar a mis padres que llevaría a Tomás a la casa después de clase. Para mi suerte, que en otras ocasiones fue motivo de tristeza, mis padres no estaban en mi casa usualmente y esta vez tampoco era la excepción.
Mientras trabajamos en los detalles, Tomás se mantenía cerca de mí, forzando su aroma de perfume de hombre, desodorante barato y sudor por mi nariz, y si quisiera exagerar haciéndome salivar por el recuerdo de su pico eyaculando dentro de mi boca. Arremangaba aún más su short, marcando en su ingle la forma clara de su pene, como un fruto prohibido que sería causal de mil problemas si alguien me viera comiéndolo. Tratando de disimular mi erección recosté mi torso sobre la mesa con mis manos reposando sobre mis rodillas. Al rato, me percaté que Tomás se movía con inquietud y la mirada sobre el celular me respondió cualquier duda al respecto. Para el hombre joven, claramente era la testosterona (y su efecto de calentura) casi un éxtasis. Sin sonido alguno miraba en su pantalla a alguna rubia tetona o una asiática apretada asumí. Con ojos inquisitivos llamé su atención, y respondió con un simple gesto de que me acercara a ver por mi mismo.
En la pantalla no había un material de producción profesional, sino pornografía casera caracterizada por la mala calidad de grabación. En el vídeo aparecía un joven, que acostado desde su cama, se masturbaba sensualmente asegurándose de ejercer la presión necesaria para estimular su gran pene con una mano y su otra mano sosteniendo el celular, mientras llamaba a una chica que esperaba nerviosa en la puerta. La chica, que parecía compartir nuestra edad, resultó ser de mi colegio. Es más, era del curso contrario: el «B». Antes de que pudiera identificar al actor masculino de esta producción amateur, Tomás interrumpió mi pensamiento diciendo «lo grabé el fin de semana».
El weón sin mayor provocación comenzó a relatarme su experiencia sexual. Aparentemente había estado, desde inicios del año, follando con nuestra compañera paralela; todo por un evento inicial en una fiesta de otro chico al que obviamente yo no asistí. Mientras narraba los eventos del vídeo, explicándome como fue la sensación de su pico deslizandose lentamente al interior de la chica cuando se le montó, Tomás se agarró firmemente el pene junto a mí y con un sutil movimiento simuló la situación. Me invadió entonces una mezcla de envidia, calentura y rabia. Desechando la idea de simplemente montarme sobre el y cabalgar su pene hasta sacarle la leche, opté por el uso de razón – o la cantidad de razón que aún existe en el cerebro adolescente cuando solo tiene sexo en su mente. Perdiendo toda sutileza, y guiado por mi instinto más sutro (entiéndase por sutro: hacer algo perverso o «malo») decidí acercar mi mano a su muslo, acariciarlo y moverla hasta llegar a la base de su erección. Si hubo reacción alguna suya, no lo noté a pesar de estar viéndolo fijamente, pero en ese punto, la falta de reacción era una indicación de permiso. Su verga parecía emitir calor y latía con intensidades que ni en mi corazón tras correr podía sentir. Los ojos de Tomás deambulaban la sala asegurándose de que nadie pudiese ver lo que ocurría, y sin más tomó con fuerza mi mano. No para sacarla, sino para ajustar la fuerza con la que yo presionaba su miembro al masturbarlo sobre el short. Seguí así un buen rato hasta que decidí explorar un poco más. Sacando su pico, cambié mis movimientos por los que me gustaban disfrutar a mí para lograr el clímax en mis sesiones de masturbación personales, suaves pero consistentes movimientos con circularidad viajando de base a cabeza. La boca de Tomás se abrían con quejidos casi inaudibles, humedeciendo sus labios con su lengua que me hacían desear sentirla sobre mi cuerpo. Sus movimientos se tornaban más y más intensos, desesperadamente buscando el éxtasis de soltar todos sus líquidos en mi mano sin importas consecuencia alguna. A punto de dejarse llevar, tocó el timbre que marcaba nuestra salida y sin más guardé su verga aún dura y mojada dentro de su boxer y guardé mis cosas sin decir nada. Antes de salir de la sala, volví la mirada hacia Tomás que frustrado intentaba esconder su erección de todos. Me miró con cara recriminatoria, pero con una mímica de lamer un helado le dije que fuéramos a mi casa. Una bella aunque algo perversa sonrisa se posó sobre su cara todo el viaje hasta mi casa.
3 Comentarios
N
octubre 29, 2024 a las 1:14 amTan buenas las historias, pero son falsas, o nose, pero no se me ocurre ninguna otra razón x la q dejar el relato a medias, onda, deja en suspenso el primer relato y ahora este igual? Además de ser super subjetivo el tema de las relaciones, es super inconsistente el relato, además de q escribe como si fuera un libro la wea, nose, la historia está buena pero no me gusta la forma de escribir (en general) del q la escribio
Anónimo
noviembre 11, 2024 a las 8:42 amla historia está muy bien relatada, te deja pidiendo x más
Anónimo
diciembre 2, 2024 a las 12:38 pmContinúa ??