El Bus Escolar

Estudié en un colegio cuico. De esos colegios santiaguinos grandes, con compañeros de apellidos de aparente internacionalidad. Uno de mis compañeros, Tomás, era un chico alto, rubio dorado, con ojos azules y una cara tierna. Por su belleza, se convirtió naturalmente en un chico al que todos querían caerle bien. Yo era más piola; recuerdo que yo, aún inseguro de mi sexualidad, me daba vergüenza tomar duchas en el colegio. Inseguro de mi trasero, de mi pene, de mi estado físico y la percepción del resto. Entre tanta desnudez adolescente, sentía el calor acumularse en mi, mis ojos nerviosamente buscando donde descansar tratando de evitar una erección causada por gotas de agua sobre músculos definidos, sonrisas perfectas, y vergas al aire.

Tomás era distinto al resto, porque si bien era un joven como el resto de nosotros, el tenía realmente el cuerpo de un hombre. No era un secreto para nadie, porque al llegar la hora de la ducha Tomás se desvestía y descansaba permitiendo que el sudor de la reciente actividad física cayese por su pecho lentamente hasta su abdomen. De vez en cuando cubría su miembro con una toalla, pero la mayoría de las veces simplemente se mostraba desnudo. Su pene, que colgando de la banca en que todos nos sentábamos parecía una banana lista para comer, se sacudía sutilmente con cada movimiento suyo. Mentiría si les dijera exactamente le medida, fue hace mucho y nunca tuve oportunidad de medírsela, pero bajo toda definición, su pene era enorme. Era un chico dotado con una verga preciosa que incluso para un hombre adulto completamente desarrollado sería enorme. Durante este tiempo, todos los chicos, cuya idea de masculinidad era la típica del tiempo, competían entre sí para probar quien era el alfa. Escupían, se golpeaban, alardean de las chicas a las que se habían comido, hablaban de sexo, competían evaluando su fuerza y comparaban sus cuerpos. Tomás participaba solo con ponerse de pie y dirigirse a la ducha. Debo admitir que aunque en ese momento todos intentaban desviar la mirada, yo siempre la mantuve descaradamente. El solo sonreía en mi dirección y seguía caminando con su pene colgando y golpeándose suavemente contra sus muslos. De no ser tan inseguro habría hecho mucho más con él, pero lo que ocurrió en el bus siempre será recordado con felicidad.

Como les dije, era un colegio cuico. Un día a la semana abordabamos un bus que nos conducía a un complejo deportivo en el que realizábamos nuestras actividades de educación física normales. En el bus, los acólitos de Tomás y él mismo se sentaban en la fila trasera. 5 asientos juntos que eran, todos los viajes sin falta, tapados de la visión del conductor y el profesor a cargo con los polerones de mis compañeros, pues los colgaban entre los asientos bloqueando el pasillo. Naturalmente, yo no me sentaba en esa fila, sino una fila más adelante. Pero nunca fue necesario estar en la última fila para saber lo que hacían. Tomás sacaba su celular y con su sensual sonrisa de siempre (adornada de sus gruesos labios húmedos), buscaba su pornografía hetero favorita para tocarse. Él y mis otros compañeros a su lado se masturban intensamente como si fuera la última paja que podrían hacerse en meses. La idea era: masturbarse viendo porno sin parar, y todos los que se detenían, bajaban sus velocidades o eyaculaban perdían. Así mis amigos se acomodaban lo mejor posible en esos asientos, se bajaban sus pantalones y boxers dejando a la vista sus picos y los vellos a su alrededor, y se levantaban levemente la polera mostrando sus caminos de la felicidad, sus oblicuos marcados y sus ombligos. Para la mitad del camino ya a todos les corría el sudor por sus frentes, e igualmente el preseminal lubricaba abundantemente sus penes haciendo que cada chico hiciera más ruidos que permitirían al resto del bus (al menos las próximas 4 filas) discernir lo que ocurría atrás. Entre gemidos de la actriz porno y las quejas calentonas de mis compañeros, todos estábamos duros. Yo me tocaba, frotando sobre mi ropa sin que otros se dieran cuenta de mi duro pene que se marcaba en mi buzo negro.

No hace falta decir que Tomás se tomaba muy en serio esta competencia, muchas veces tomando su miembro con ambas manos demostrando el tamaño de su verga pues sobraba para otra mano más encima. Su vello púbico era fino y enrulado, y aunque tenía vello abundante en sus piernas de futbolista, sus bolas eran totalmente lampiñas. En muchas ocasiones me pegué mirando fijamente como sus manos, recorriendo su grueso tronco terminaban chocando contra sus grandes bolas cargadas de leche como un toro listo para preñar. El video, ya llegado a su final, deja a a mis compañeros en la vergüenza, pues todos excepto Tomás y otro chico habían eyaculado sobre sus abdómenes. Solo un problema surgió, habíamos llegado a nuestro destino. Casi todos inquietos bajaron lentamente, mientras que otros, junto a mí, esperaban confirmación de Tomás para bajar. El hizo señas de que lo dejaran, y continuó resoplando aumentando la fuerza con la que sus manos masturbaban su grueso, y ya a punto de explotar, pico mojado. Su líquido preseminal goteaba de su pico, llenándome a mí la boca de ganas de probarlo. El olor a hombre era insoportable e intoxicante, después de todo no menos de 5 compañeros habían recientemente lanzado su semen, y la calentura mía que ya no daba para más alcanzaba su límite. Con solo Tomás, yo, y un par de estudiantes rezagados, tomé una decisión en medio de una nube de calentura. Me senté junto a Tomás mientras el seguía en trance de testosterona y asegurándome que los estudiantes rezagados que ahora ya se bajaban no pudieran verme, tomé su verga con una de mis manos y me acerqué a lamérsela antes de que pudiera detenerme. Mi lengua saboreó su intenso sabor salado y viscoso recorriendo su cabeza torpemente, con miedo de ver su cara solo atiné a meterme a la boca el resto de su verga; que rápidamente me causó una arcada que empapó el resto de su pico con mi saliva. De pronto sentí sus manos en mi pelo, y tomando fuerte de mí me empujaban más abajo forzando su pico tan adentro de mi boca como era posible. A un fuerte gemido masculino le siguió una explosión de leche en mi garganta. Tanto fue, que entre las arcadas causadas por la longitud de su pene que ahora chocaba contra el fondo de mi boca, la cobertura total de semen en mi lengua que intentaba escapar de mis labios, y las lágrimas que caían por mi mejilla, que ni me había dado cuenta que Tomás me estaba susurrando al oído. Y lo que me dijo, (aunque me enteraría más tarde de que fue exactamente) marcaría el inicio de mi vida sexual.

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3 Comentarios

  • Máximo
    octubre 27, 2024 a las 4:48 pm

    Tomas 🤤

  • Crist.
    octubre 27, 2024 a las 6:42 pm

    Quiero saber que pasó después…

  • Anónimo
    octubre 28, 2024 a las 3:42 pm

    Que le dijo tomas ?

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