Encuentro en la Costanera

Una noche cualquiera en La Serena. Eran cerca de las 11, y estaba esperando a mi vieja en el terminal. El bus venía atrasado, así que decidí pasar el rato. Me fui a estacionar a un lugar tranquilo frente al mar, saqué el celular y me metí a grindr. Puse un mensaje corto y directo: “Pasivo en auto. Busco activo piola.”

Pasaron unos minutos y nada serio. Hasta que un perfil sin foto me escribió:
“Activo. 21. Discreto. ¿Dónde estai?”

Le dije que estaba cerca de la costanera, y me contestó altiro:
“Estoy a unas cuadras. ¿Te paso a ver?”

Le pedí que mandara una foto actual, aunque sea de cuerpo. Lo hizo. Salía con polerón oscuro, jeans ajustados y esa energía callejera que me puede. Nada de flayte exagerado, pero tenía esa pinta rebelde que me calienta.

Llegó caminando tranquilo, sin apuros. Cuando se subió, lo primero que noté fue su mirada: segura y caliente pero sin prepotencia. Tenía barba corta, piel morena, y un perfume sutil que quedó flotando en el aire apenas cerró la puerta.

—¿Todo bien? —me dijo con voz baja.

—Sí, todo tranqui —respondí, sintiendo que me subía el calor de a poco.

Nos quedamos conversando un rato. Él era técnico en electrónica, trabajaba durante el día y estudiaba en las noches. Me gustó su vibra: directo, pero respetuoso.

De a poco, el ambiente dentro del auto se fue cargando. Me tocó el muslo con cuidado, mirándome a los ojos, como esperando una señal. Se la di con una sonrisa.

Nos besamos. Su lengua buscaba la mía sin apuro, con fuerza contenida, hasta que me agarró la nuca, y empezó a besarme el cuello. Me perdí en ese momento. Después se desabrochó el pantalón y sacó su miembro: grueso, palpitante, hermoso. Me lo ofreció en silencio, y sin pensarlo lo tomé con la boca, despacio, disfrutando cada centímetro.
Él cerraba los ojos y murmuraba:

—Así, hermano… eso mismo… rico.

Después de un rato me preguntó si quería más. Yo asentí. Me pidió que me pusiera de rodillas sobre el asiento del copiloto. Sacó un condón que traía preparado y me preguntó:

—¿Estai listo? ¿Puedo?

—Dale, suave al principio —le dije, con el corazón a mil.

Me lubricó con calma, se tomó su tiempo. Me acariciaba la espalda mientras me lo rozaba, y poco a poco fue entrando. El auto crujía, mis jadeos llenaban el silencio, y él se movía con ritmo, firme, pero sin apurarse.

Estuvimos así varios minutos. Cambiamos de posición un par de veces, nos besamos entre embestidas, hasta que me dijo al oído:

—Me vengo…

Lo sentí temblar mientras gemía suave y me abrazaba por detrás. Yo también acabé segundos después, apoyado sobre el tablero, completamente entregado.

Nos reímos al final, todavía agitados. Me dijo:

—Estuvo de lujo, gracias por confiar.

Le respondí:

—Gracias a ti por hacerlo con respeto.

Nos vestimos en silencio, fumamos un cigarro, y antes de bajarse me dijo:

—Si alguna vez querís repetir, ya sabís cómo encontrarme.

Le sonreí. Mientras lo veía alejarse por la vereda, pensé que a veces los mejores encuentros son los inesperados…

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