Mi primera vez
Nunca pensé que a mis 22 años iba a descubrir un lado de mí que había tenido dormido tanto tiempo. Siempre me consideré un chico común, estudiante de universidad, sin experiencias diferentes, pero había algo dentro que me pedía algo más. Esa noche lo entendí.
Lo conocí en un bar, una noche cualquiera. Era un hombre mayor, elegante, seguro de sí mismo, con esa presencia que hacía que todos lo miraran. Yo estaba en la barra, nervioso con mi cerveza, y él se acercó con una sonrisa tranquila. Me invitó una copa, y en pocos minutos ya estábamos hablando como si nos conociéramos de siempre. Entre risas, miradas y el roce intencional de su mano sobre mi brazo, sentí que algo en mí se encendía.
—¿Por qué no seguimos la charla en mi apartamento? —me dijo con voz firme.
Asentí sin pensarlo.
El lugar era sobrio, masculino, con una luz tenue que hacía todo más íntimo. Apenas cerró la puerta, se acercó sin decir palabra. Me miró a los ojos, sonrió y me besó. Fue un beso fuerte, húmedo, lleno de una pasión que jamás había sentido. Su lengua buscaba la mía y sus manos ya estaban acariciando mi pecho, bajando poco a poco. Yo temblaba, entre nervios y deseo, mientras sentía cómo me desabotonaba la camisa y exploraba mi piel.
Me empujó suavemente hacia el sofá. Se sentó a mi lado, pegado a mí, y su mano bajó hasta mi pantalón. Apenas me tocó, gemí sin poder contenerlo. Era una sensación nueva, excitante, demasiado intensa. Yo, torpe, llevé mi mano a su entrepierna, y al sentir el tamaño de lo que escondía su pantalón, me quedé sin aire. Solo podía pensar en lo que quería hacer con él.
Me desnudó despacio, disfrutando de cada segundo. Sus labios besaban mi cuello, bajaban por mi pecho, se detenían en mi abdomen y yo me mordía los labios, incapaz de creer lo que estaba pasando. Cuando finalmente me tuvo desnudo, me tomó del mentón, me miró y me dijo al oído:
—Quiero enseñarte lo que es el placer de verdad.
No supe qué contestar. Solo me dejé llevar. Me guió, me acomodó, me hizo sentir cosas que no conocía. Cada caricia, cada roce, cada beso más abajo, me arrancaba gemidos que yo nunca había dado. Me sentía vulnerable, entregado, pero al mismo tiempo libre, deseando más.
Cuando llegó el momento de ir más allá, me tomó con firmeza. Me acomodó de espaldas, me sujetó de la cintura y comenzó a enseñarme cómo era ser suyo. Al principio fue un choque de sensaciones: mezcla de tensión, dolor y placer. Pero poco a poco, mi cuerpo se fue rindiendo, hasta que lo único que podía hacer era pedirle que no se detuviera. Cada movimiento suyo me arrancaba un gemido más fuerte, cada embestida me hacía sentir que por fin estaba descubriendo lo que tanto había ignorado.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, perdiéndonos entre sudor, besos y gemidos, pero cuando todo terminó caí exhausto sobre su pecho. Me acarició el cabello y me susurró algo que aún recuerdo:
—Esto apenas comienza.
A la mañana siguiente, me despedí con una sonrisa tímida, pero dentro de mí ya sabía que quería repetirlo. Y así fue. Desde esa noche, volvimos a encontrarnos, sin compromisos, sin etiquetas… solo placer. Y cada vez que estoy con él, recuerdo cómo esa primera vez cambió por completo mi forma de sentir.
No hay comentarios aún. ¡Sé el primero en comentar!