Mi primo adicto a mi queso – Parte 2
Como vi que le gustó mi relato a los morbosos culiaos, les seguiré contando cómo volví a mi primo adicto a mi queso, a mis olores, y lo sometí durante el tiempo que vivió mi tía en nuestra casa (o sea, como 5 años).
Me senté en la cama y le ordené sacarme las zapatillas y olérmelas.
—Sacármelas despacio, como si se las estuvieras sacando a un rey.
No decía nada.
—¿Qué se dice? —le pregunté.
—Sí, primo.
—¿Cómo que primo? Desde ahora soy tu amo.
Y su cara, entre con miedo y atento a todo lo que le decía.
—Sí, amo.
Comienza a sacarme las zapatillas (yo siempre he sido de olor fuerte, a macho) y sale todo el olor a queso de mis patas, dejando mi pieza pasá a patas. Este hueón, en vez de poner cara de asco, ni se inmutó. Y ahí entendí por qué en verdad nunca se quejó de nada de mis olores fuertes: era porque le gustaba al coxino culiao.
Empezó a oler mis zapatillas y yo le decía:
—Vas a olerlas, pero como si fuera lo más rico y olorosito.
Movió su cabecita diciendo que sí.
—No te escucho, tení que hablar.
—Sí, amo.
Empezó a olerlas así como lo pillé aspirándome los bóxer. Luego le dije: «Ahora, las calcetas» (de fútbol tenía puestas). Le pegué con la pata en la cara y lo acerqué más a la cama y le dije:
—Desde ahora vas a ser mi perkin y vai a hacer todo lo que te diga, pero pa’ callao.
—Sí, amo —con cara de niño bueno obediente, pero con cara de asustado o miedo.
—Ya, sigue oliendo y mírame. Ahora chúpame las patas.
Me saca las calcetas y le digo que no hay nada más rico que mi olor. A lo que él me dice: «Sí, amo». Me empieza a lamer las patas, de los dedos al tobillo.
—Pasa la lengua por todos los deditos. Déjamelas brillando.
—Sí, amo.
Le pegaba charchazos con mis patas en la cara y le decía que era un perkin culiao, que ahora sería mi esclavo, que era un penoso culiao, que no sabía lo que era ser un hombre. Le decía eso y con más ganas me chupaba las patas. Ahí me di cuenta que mi primito era una perra culia, como esas maracas de las porno. Yo estaba más entretenido que la chucha con mi nuevo juguete.
Yo lo encaro y le digo:
—¿Así que erai tú quien me desaparecía los bóxer, coxino culiao?
—Sí, amo.
—Yo sabía que erai weko, pero no pensé que erai así de coxino, y te pillaste con el más coxino. Quizás sea de familia, primito. Te vay a enamorar hasta de mis peos.
—Sí, amo —con su carita de niño obediente y ahora muy excitado.
—A ver, saca la lengua y jadea como perra con calor.
—Sí, amo.
Y lo empieza a hacer, y eso me calentó más que la chucha. Ver a mi primo en cuatro, jadeando como perra porque yo se lo ordené. Tenía el pico entero de duro.
—Ahora ladra.
—¡Guau, guau! —hacía, jajaja. Me daba tanta risa.
—Eri un perkin culiao maricón, mira cómo te tengo.
Me reía en su cara, y ahí me di cuenta que a este culiao le gustaba que lo humillaran. Así que me paré y le dije:
—Ven, huéleme el peo. Ahí viene, ahí viene. ¡Peito, peito! —y le ponía el poto en la cara y me tiré el manso (gran) peo, de esos que suenan. Y el culiao ahí oliendo. Me cago de la risa y le digo:
—¿Te gustan mis peitos, primito?
—Sí, mucho, son de macho.
—Sí, primo, así olemos los machos. Desde ahora, cuando yo te diga «peito», tú vienes y te pones en mi raja a olérmelos, o si te encontrái cerca. Empiezas a aspirar el aire.
—Sí, amo.
Y yo, jajaja, cagado de la risa, el hueón patético.
—A mí me gusta que las perras me coman el pico con quesillo (smegma). Así que tú me vas a limpiar la pichula cuando vaya donde la Camila (mi polola), porque a ella no le gustan esas weás, ¿ya?
—Sí, primo.
—¿Cómo que primo, culiao?
Ahí le mando un charchazo en el hocico bien dado.
—Pídeme perdón, basura culia.
—Perdón, amo, no volverá a suceder.
—Ya, muy bien, porque si no, te voy a sacar la conchetumare y no me importa nada. Desde ahora tú serás mi esclavo. Me vas a ordenar la pieza, lavar mi ropa, hacer mi cama, lavar mi loza y todo lo que pida.
—Sí, amo.
—Y si lo haces bien, yo te voy a ir dando premios.
—¿Cómo cuáles, amo?
—Ya te voy a ir diciendo.
Yo, dentro de mí, imaginándome weás cochinas. Pero no quería decir nada porque quería que todo fuera fluyendo así como pasaba en ese momento.
Yo nunca había hecho algo así, pero me di cuenta que me gustaba tanto como a mi primo. Así que desde ahí empezamos un juego muy cochino y morboso durante el tiempo que vivió con nosotros.
—Ya, ahora anda a hacer algo pa’ comer que tengo hambre. Pero te voy a dar tu primer premio. Ponte en cuclillas.
Me acerco a su nariz, le digo «mírame», y yo, con cara de malandro, me bajo el bóxer un poco, me saco el pico duro, me bajo el forrito y dejo ver todo mi queso.
—Huélelo, despacio, disfrutando el queso de tu amo.
Veía a este weón extasiado, como si de verdad fuera el olor más rico del mundo.
—Ya, ahí no más, ese fue tu regalo. Ahora anda a hacerme algo pa’ comer, mientras yo me fumo uno.
—Sí, amo.
Y ahí partió mi primito a la cocina a hacerme algo. Y yo, feliz desde ahora porque tenía a mi propio esclavo, jajaja.
Bueno, hasta ahí lo dejo. Espero se manden sus buenas pajas los cochinos culiaos, chao.
4 Comentarios
Anónimo
diciembre 13, 2025 a las 7:27 pmNo puede ser tan corto, escribí mas jajaja
Anónimo
diciembre 13, 2025 a las 8:24 pmMe gusta , el peo no era necesario ! Quiero que te huela más el pico ! Que tu huela el culo o te lo chupe
Anónimo
diciembre 15, 2025 a las 5:48 amRico relato, cuenta algo sobre alguna vez que estuviste muy hediondo y te llamó la atención que no te diga nada.
Anónimo
diciembre 15, 2025 a las 7:27 pmCuenta mas sobre tu verga con quesoo