Mi tarde en el sauna
Hace tiempo tenía ganas de visitar un sauna de osos en Santiago de Chile. Había estado allí un par de veces antes, pero esta vez era diferente: quería disfrutar plenamente de mi sexualidad, sin culpas ni miedos. Vivo fuera de la ciudad y mi bus salía a las 9 p.m., así que contaba con tiempo suficiente para entregarme al lugar sin apuros.
Llegué como si nada, pagué la entrada y me asignaron un locker. Entré despacio, desnudándome poco a poco: el polerón, la polera, los zapatos, los calcetines, el pantalón. Me toqué el pene flácido sobre el calzoncillo, respiré profundo y me lo quité también. Guardé mis cosas y me amarré la toalla a la cintura, justo a la altura del ombligo. Con paso inseguro al principio, comencé a recorrer el espacio hasta llegar a la puerta del sauna. Allí dentro, la oscuridad era iluminada solo por la sensualidad de los cuerpos: gordos, flacos, altos, bajos, jóvenes, viejos, peludos, lampiños. Todos buscábamos lo mismo: un momento de relajación y placer sexual entre hombres.
En las duchas, dejé que el agua caliente recorriera mi cuerpo desde el pelo hasta los pies, pasando por los glúteos y genitales. La suavidad del agua me hacía consciente del momento que me regalé: uno donde no tenía que ser nadie más que yo mismo. Ahí cerré los ojos y dejé que el chorro recorriera mi cuerpo. Me toqué con lentitud, como quien reencuentra algo perdido. Mi pene respondió despacio, como si también él hubiera extrañado esta cercanía.
Mientras me bañaba, observé a dos hombres al lado que hacían lo mismo. Fue una escena tranquila, natural, que me hizo sentir parte del ambiente. Me dediqué entonces a lavarme bien el pene, los testículos y el ano, quería estar preparado para la tarde. Esas fueron las primeras caricias propias en un espacio que, aunque compartido, se sentía profundamente personal.
Después comencé a explorar: fui a la primera sala, luego al sauna de menor temperatura y finalmente al de mayor calor. Ahí, entre el vapor y el sudor, sentí cómo mi cuerpo reaccionaba. La belleza de los hombres me excitó, tanto como el calor húmedo que envolvía todo. El vapor empañaba las paredes, pero no las intenciones. Entre miradas sostenidas y cuerpos húmedos, el deseo se deslizaba como el sudor sobre mi piel, recorriendo cada curva de mi cuerpo voluminoso.
Al salir del sauna, ya algo excitado, me duché con agua fría. Me toqué el pene y el ano para estimularme, me acaricié con las manos mis tetillas grandes y luego seguí explorando el lugar. Recorrí el laberinto y el cuarto oscuro. En el laberinto había hombres de todas las edades y tamaños, todos dedicados a una única tarea: obtener placer ayudados por otros hombres.
Vi una pareja que se masturbaba mutuamente mientras se besaban, y luego uno bajó para lamerle las tetillas al otro. Más allá, un hombre mayor masturbaba a un chico con los ojos cerrados, quien disfrutaba con cada sube y baja de aquella mano experta.
En otro rincón, un grupo se acariciaba entre sí mientras uno de ellos estaba de rodillas, realizando felaciones múltiples a varios compañeros. Los demás observaban con deseo, esperando su turno, mientras se tocaban solos o entre ellos. Por detrás, alguien le introducía los dedos en el ano, preparándose para una posible penetración. A lo lejos, gemidos entrelazados: el pasivo recibiendo una buena follada y el activo sintiendo el placer de darla. Era como una melodía íntima, armónica, que solo podía existir en ese lugar tan masculino y permisivo, sin prejuicios y lleno de erotismo.
Entre vueltas y encuentros, yo también me masturbaba de vez en cuando, sin prisa, sin ansiedad. No quería eyacular sin antes disfrutar plenamente del acto sexual. En mis paseos por el lugar, toqué y lamí el pene de algunos hombres, acaricié gluteos temeroso por la reacción de mis compañeros. Uno en particular respondió con una erección en mi boca. Su falo sabía rico, a hombre, limpio pero con el sabor caracteristico del glande que recorrí con mi lengua, tenía pelos en el área, algo que siempre me excita. Le acaricié los testículos y sus glúteos firmes. Luego se fue. Yo me quedé un rato más en ese lugar, masturbándome lentamente.
Volví al sauna como quien regresa a una promesa húmeda. El vapor abrazaba mi piel, confundiéndose con mi propio sudor. Ya no sabía si era el calor del lugar o el de mi cuerpo ardiendo de deseo. En la penumbra, las siluetas emergían entre la bruma: hombres en sus rituales privados de placer, entregados al pulso del deseo. Vi penes grandes y gruesos como a mí me gustan. Uno en particular llamó mi atención: un hombre le hacía una felación a otro en medio del sauna, rodeado por cinco tipos más. Se escuchaban los sonidos de la lengua y la succión, junto con los gemidos del afortunado que no tendría más de 40 años. En ese acto había algo reverente, casi sagrado: la devoción del cuerpo ante otro cuerpo. Una música íntima compuesta por respiraciones entrecortadas, gemidos de placer y roces húmedos.
Durante uno de mis recorridos, me detuve ante una escena que parecía suspendida en otro mundo. Un grupo de hombres, algunos cubiertos con sus toallas, observaban un espectáculo hermoso: dos cuerpos enlazados, follando con la postura del misionero, pero con una entrega tan intensa que iba más allá del sexo penetrativo. Eran jadeos sincronizados, tensiones liberadas, movimientos que hablaban de libertad, orgasmo sin tabpu. El placer era palpable, casi contagioso. Algunos de los presentes se acariciában, otros se besaban o se masturbaban alrededor de esa pareja que parecía haber encontrado el éxtasis sin preocuparse de lo morboso que sucedía a su alrededor.
Más adelante, vi a dos hombres mayores disfrutando de su intimidad. Se besaban, se reconocían con manos lentas, se exploraban con pasión. No necesitaban prisa ni poses; solo entrega. Al final, uno penetró al otro, intuyo que el activo terminó con un orgasmo compartido, quizás incluso con una eyaculación interna. Era una escena cargada de resistencia y derecho al placer, con cuerpos que no cumplían cánones pero que gozaban con plenitud del sexo entre hombres.
Entre vueltas y miradas, crucé palabras y caricias con un chico cuyo nombre no pregunté. Si me contó que tiene 37 años, tenemos la misma edad. Lo toqué, lo masturbé, sentí su pene lubricado chorreando precum bajo mis dedos. Nos separamos sin drama, como quienes comprenden que en ciertos espacios, el contacto puede ser efímero y suficiente.
Mi punto de máximo llegó al encontrar a una pareja que parecía haber sido esculpida por el deseo mismo. En la penumbra, sus cuerpos se fundían en un ritual homoerótico de placer. El primero, alto y firme, conducía el ritmo como activo. El segundo, más bajo y ágil, respondía con entrega apasionada deun pasivo que sabe lo que quiere. Se besaban con hambre, se exploraban sin prisa, sus manos recorrían cada rincón del otro. Se masturbaban mutuamente mientras aprovechaban para lamerse tetillas, axilas y cualquier rincón oculto del cuerpo del otro como si fuera de su propiedad.
Yo, a una distancia respetuosa pero profundamente involucrado, los observaba como quien presencia una obra irrepetible. La penumbra del cuarto oscuro revelaba fragmentos: expresiones contraídas de placer, manos que aferraban piel con piel, jadeos sinfónicos entrecortados. Todo mientras ambos estaban disfrutando la penetración de pie. En un momento, el pasivo se dejó caer sobre el pene del otro, cabalgandolo con libertad y sin miedo. Entendí entonces que el goce tiene formas tan diversas como legítimas.
No sé si fue el calor, la escena o el vértigo del momento, pero sentí cómo mi cuerpo se tensaba como un arco dispuesto a soltar su flecha más íntima con la fuerza propia de ese espacio. Mis gemidos se hicieron notorios en el lugar, aunque no para la pareja que estaba al frente disfrutando su propio momento.Un suspiro ahogado, un grito contenido, y entonces ocurrió: eyaculé en silencio, en soledad, pero no en ausencia. Mi cuerpo, sabio y rendido, encontró en ese instante su propia forma de redención. Mi semen brotó con una fuerza inesperada, liberando el deseo sexual reprimido, el peso del pudor, la excitación ante lo que veía, el ardor del anhelo.
El orgasmo fue un estallido callado de contracciones que recorrió mi cuerpo completamente, desde la cabeza hasta los pies, sintiendo los espasmos entre calor y electricidad. La mano derecha sintió el impulso final al hacer presión sobre mi pene erecto mientras se cerró este ciclo y produjo aquel acto de marea blanca que dejó tras de sí un silencio espeso, dulce, absoluto cuya la calma solo se conquista después de habitar el fuego con todos los sentidos. Luego de esta sensación reposé un rato tranquilamente ya sin ocuparme de la pareja de enfrente, retomé mi rumbo y descansé nuevamente bajo la suavidad del agua fría en una de las regaderas.
Después de un par de vueltas más por el sauna y tras seguir buscando con quién tener relaciones sin éxito alguno, me duché y me dirigí a los lockers para vestirme. Me sequé el cuerpo, los genitales, el trasero y los pies. Aproveché esta espacio más abierto y luminoso para acariciar mi cuerpo sin la culpa que se impone en los espacios públicos heterosexualizados. Ahí me detuve un instante acariciándome los testículos y el ano, aún sensibles y con ganas de obtener placer. Mientras terminaba de vestirme, entablé conversación con un tipo que me preguntó si unas toallas sucias eran mías. Le respondí que no. Luego le pregunté cómo lo había pasado durante la tarde. Mostrándome su trasero redondo y peludo, me dijo que bien mientras hacía el gesto de secarse el pene y los testículos con la toalla. Luego me devolvió la pregunta, y le respondí que lo pasé excelente, justo mientras le veía su pene flácido reposando sobre sus testículo. Era un hombre hermoso con el pene flácido, una barriga bonita y pelos en el pecho, ideales para recorrer con la lengua, pero ya yo estaba apurado para irme. Nos despedimos con una sonrisa cómplice.
Salí a la calle como buen caballero, sin memoria de lo ocurrido en ese espacio donde el sexo entre hombres había sido posible, pleno y libre.
3 Comentarios
JAIME
mayo 26, 2025 a las 3:24 pmQue asco el sauna chacabuco, faltó contar que el olor es a desagüe, las toallas y sabanillas están amarillas de percudido y hay 1 o 2 duchas (depende de si las arreglan) para todos los asistentes, y el cuarto oscuro tiene tan mala ventilación que siempre está pasado a kk, hay otras alternativas, pero este en especial deja harto que desear
Ignacio
mayo 27, 2025 a las 12:57 pmMe encanta el sauna. He conocido solo el 282 y el Oasis. Pero las veces que he sido, siempre ha sido maravilloso.
Anónimo
mayo 27, 2025 a las 1:33 pmUn relato echo casi poema , lo leí hasta el final , un poco latoso , con palabras rebuscadas , es leer un libro de amor y placer .