Pizzero

Soy de Santiago, Chile. A mis 24 años, mientras cursaba mis estudios universitarios, trabajaba a tiempo parcial en una pizzería del centro de la ciudad. Cuando los repartidores estaban sobrecargados de trabajo, yo me ofrecía voluntariamente a entregar los pedidos cercanos, a un par de cuadras de distancia, a cambio de quedarme con la totalidad de las propinas.
​Una tarde, me correspondió llevar una pizza a un departamento. Como el trayecto era corto, fui caminando. Al llegar, toqué el timbre y la espera fue prolongada. Finalmente, la puerta se abrió para revelar a un hombre de unos 45 años: alto, de complexión musculosa y robusta (maceteada), cubierto únicamente con una toalla.
​La toalla estaba ajustada, y el contorno de su miembro se marcaba con una definición que atrajo inevitablemente mi mirada. Él notó mi reacción, esbozando una sutil sonrisa. Intenté disimular y le pregunté, manteniendo un tono profesional, si el pago sería en efectivo o con tarjeta. Me indicó que en efectivo. Fue a buscar la billetera y me pidió que, por favor, dejara las pizzas sobre una mesa auxiliar junto a la puerta.
​Cuando regresó, mientras contaba el dinero, la toalla se deslizó accidentalmente. Por unos segundos, quedó totalmente expuesto, revelando un miembro de tamaño considerable, grueso y firme. Él se la subió de inmediato sin inmutarse, me entregó el dinero y me dijo: ‘Quédate con la propina’.
​Cerró la puerta, pero se quedó allí, observándome fijamente. Acortó la distancia y me susurró, con un tono sugerente: ‘Me di cuenta de que te gustó lo que viste, ¿verdad?’
​Me ruboricé de inmediato. Intenté balbucear una negación, pero él me interrumpió, se acercó y me acorraló suavemente contra la puerta del departamento. ‘Tranquilo’, me dijo. ‘No tengo ningún problema con eso’.
​La tensión era palpable. En ese momento, olvidé mi trabajo y el entorno. Lo único que pude hacer fue tomar su rostro entre mis manos y besarlo. Me correspondió con pasión. A través de la toalla, sujeté su erección, que se sentía dura como una roca. Me guio al salón, se sentó en un sillón y yo me arrodillé entre sus piernas.
​Comencé a besar su cuello, su pecho velludo, su abdomen y su ombligo, descendiendo hasta llegar a su intimidad. Empecé con lentitud, concentrándome solo en la punta, que era gruesa y prominente. Cuando intenté tragarlo por completo, me atraganté. El reflejo nauseoso me hizo toser y me brotaron las lágrimas. Él me calmó, me giró y me bajó los pantalones. Se lubricó la mano y acercó su miembro a mi abertura.
​Me pidió que me relajara y dio un empujón decidido. Solté un pequeño grito de dolor. Sentí un desgarro inicial. Me cubrió la boca con la mano y, con una fuerza controlada, terminó de penetrar. Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Me susurró al oído, con firmeza: ‘Te va a quedar gustando’.
​El dolor inicial cedió rápidamente a una sensación de plenitud y placer. Comenzó a moverse con un ritmo que me estimuló intensamente. No tardé ni tres minutos en eyacular por el roce. Él acabó poco después. Se detuvo, se retiró, me subió los pantalones y se ajustó la toalla. Regresó a la mesa, tomó los billetes y me pagó el coste de la pizza. Fue un cierre repentino, casi frío, como una transacción.
​Salí del departamento en estado de shock. Durante los días siguientes, estuve pendiente de cada pedido, esperando que volviera a llamar a la pizzería. Sin embargo, ese número de teléfono nunca más apareció. Nunca lo volví a ver.

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1 Comentario

  • Anónimo
    octubre 24, 2025 a las 11:24 pm

    que rico como te violo

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