Un encuentro inesperado

El año pasado, en una de esas tardes de domingo que voy a la playa, suelo quedarme hasta la noche. Eran entre seis y siete de la tarde, casi noche, y aún había grupos de gente que poco a poco se iban yendo, cuando llegó un vato bastante varonil. Por su aspecto, se veía que andaba amanecido de la fiesta. Se acercó a mí y me pidió una cerveza y me empezó a hacer plática. Después me dice: «Por fa, no te vayas, ahorita vengo. No te vas a ir, ¿verdad?». «No», le contesté, «normalmente me voy tipo 10 pm». Así que seguí en mi lectura y él se fue a ver a otro grupo. Me dio la impresión de que andaba prostituyéndose, pero no le di importancia.
«Un borracho más», pensé para mis adentros. Así que seguí leyendo mientras él se perdió entre la multitud y las sombrillas de las mamás. Tardó un poco. Frente a mí había un par de joshis tomando vodka y, cuando regresó, los abordó y me dijo: «No te vayas a ir». «No», le dije.
Él estaba tratando de vender la caricia, lo supe por la interacción que tenían y porque le miraban mucho el paquete. Traía una bermuda holgada, así que nada se notaba, pero se la agarraron y eso en ellos destapó su interés y le ofrecieron una botella de vodka. Él andaba borracho, así que, como me había pedido que lo esperara, les hice señas con la mano, cortando el cuello, de que no le dieran más de beber y se la quitaron. El tipo ni reparó en eso. Lo estaban invitando a irse con ellos y yo le dije: «Bueno, se queda con ustedes, yo ya me voy». «No, no te vayas», volvió a decirme. Los otros vatos, al ver que no hablaría con ellos, se fueron, dejándome con él.
Para esto, la playa ya se estaba quedando muy sola y, mientras él seguía tomando de mis cervezas, se acostó y puso su cabeza sobre mis piernas y me pedía que lo abrazara (cosa rara). A lo lejos vi cómo los penúltimos se iban; ya en la playa solo estábamos él y yo. Estábamos recargados sobre la malla que antes había ahí y, de repente, se sentó, levantándose de mis piernas, miró a ambos lados y, al ver que no había nadie, me sacó la verga y me la empezó a chupar. Esa madre, como por arte de magia, se puso bastante tiesa y, entre sorpresa y placer, me dejé querer hasta que recuperé la cordura y le dije: «Wey, ¿qué haces? Nos van a ver». Volteé a todos lados y éramos los únicos; ya había oscurecido y, la neta, me dio miedo. Así que le dije: «Tengo que irme». Y me contestó: «¿Por qué te vas? ¿No te gusto?». «Me encantó», le dije, «pero no te conozco y esto me sacó de onda». «¿Te volveré a ver o ya no?», me preguntó. «Normalmente vengo los domingos, por si quieres volver a verme». Me dice: «Está bien. ¿No traes comida o algo? Tengo hambre, no he comido», me dice. «Voy a Renzo’s a comer pizza, si gustas te invito». Y me contesta: «Sí, vamos».
Comimos con Renzo y le pregunté: «¿Qué harás después? ¿Vas para tu casa?». Me dice: «Sí, me iré caminando, no tengo dinero». Y sí, vivía muy lejos, así que le dije si quería quedarse en casa esa noche y que ya al siguiente día, de día, se fuera a su casa, y aceptó.
Así que nos fuimos a casa y, llegando, se puso muy relajado: se quitó la ropa, desnudándose por completo, y se metió a lavarse al baño. Mientras yo, entre asombrado, veía su cuerpo desnudo y tenía un enorme pito. Prendí la tele y me subí a mi cama. Salió del baño, se secó y se metió a la cama conmigo, me bajó el shorts y me empezó a chupar el pene de nuevo. Lo disfruté más, fue un placer esa interacción. Le revisé el pene a ver si no tenía algo y se la empecé a chupar también. Pude habérmelo cogido, pero no lo conocía y suelo no tener sexo con desconocidos, así que solo tuvimos sexo oral mutuo. Dejamos de hacerlo y se acurrucó en mi pecho y se quedó dormido, y yo también. Me pedía que lo abrazara y lo hice, y dormimos.
Después, mientras dormía, sentí que me la estaba chupando de nuevo y desperté. Toda la noche me la chupó y yo, por ratos, hasta que se quedó dormido.
Y orinó la cama al amanecer, que tuve que despertarlo. Me pidió disculpas muy apenado y me dijo que estaba soñando que estaba en la playa orinando, mientras yo me decía: «Puta madre, ¿quién me manda?». Ni pedos, a limpiar; ya mañana le hablo al que lava colchones. Y le di dinero para su transporte y salió de mi casa. Me dejó su número, bueno, el de su madre, porque no tenía cel, y no he vuelto a saber de él. En alguna ocasión cambié de teléfono y me escribió al viejo número que él tenía, pero no volvió a contestar, solo su madre, que me dice que está trabajando en el hotel.
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