Cruzando la Plaza de Armas

Corría el mes de septiembre de aquel año, yo estudiaba Salud, y luego de una jornada de práctica de hospital, iba rumbo a mi casa, para lo cual debía atravesar la plaza de armas de Santiago. Hacía mucho tiempo que no andaba por ese sector del Centro, por lo tanto busqué en mi mochila los cigarros y me senté frente a la Iglesia Catedral a fumar.

Eran cerca de las siete de la tarde, y me entretuve viendo todo lo que se desarrolla en la Plaza. Debo reconocer que no tenía intenciones de nada, estaba cansado, la jornada había sido agotadora en Urgencia, y solo aspiraba a relajarme un rato para irme a casa. Luego caminé un poco y cuando buscaba la vereda que me lleve a Calle Estado, frente al Portal Fernández Concha noté que en un banco que había cerca había un tipo que me seguía con la vista. Pensé que había sido casual su mirada, sin embargo volví a mirar para ver si volteaba la mirada hacia mí, y sorpresa, se puso de pie y empezó a buscarme, yo atravesé hacia Estado y quise irme, la verdad me daba un poco de temor conocer a alguien en la calle, así es que entré a un cajero para sacar billetes y luego tomar un taxi.

Ya en la vereda pude ver al mino que me esperaba con poco disimulo frente al banco. Era un tipo joven, aproximadamente veinticinco años, (yo tenía 32), él era más alto y grueso que yo, macizo, cabello castaño, vestía jeans, zapatillas, un polerón y una mochila, diría que tenía un buen lejos, pero así y todo yo no estaba convencido de querer wevear con nadie, me sentía temeroso. La parte racional luchaba con mi emoción, porque empecé a mirarlo a media distancia y lo encontré machito, atractivo, unos ojos verdosos, se veía como uno oso, y cuando uno empieza a imaginárselos en pelotas como que toda racionalidad se te va a la mierda!

Caminé hacia el paseo Huérfanos por Estado y me senté a fumar un último cigarro, ya nos habíamos perdido de vista en Compañía, por lo tanto era fumar y tomar taxi hacia la casa, en eso estaba cuando veo que a dos metros y por el frente estaba mirándome y cuando hicimos contacto visual, esbozó una sonrisa y una levantada de ceja, como pidiendo autorización para acercarse, miré la hora y consideré que era temprano; con este cigarro se esfumó mi racionalidad.

Willy era del Puerto de San Antonio, trabajaba en Santiago en una constructora y toda esa cantidad de historias que son solo para rellenar, en general mentiras y por lo demás sin ninguna importancia. Yo empecé a reevaluar la experiencia y le sugerí que nos juntáramos al día siguiente, que podíamos ir a mi casa que no habría nadie, sin embargo el porteño no aguantó e insistía que fuéramos a Mac-Iver, refiriéndose a un motel que funciona en dicha calle, a pasos de la alameda, que no era caro, que él conocía, etc, etc.

Tenerlo cerca y tan determinado ya no me permitía correrme de la situación. Ya estamos en esta, pensaba yo. Caminamos y me dijo que lo siguiera, y que para que no llegáramos juntos esperara que él entrara y yo lo siguiera. En el primer piso del lugar y hacia la vereda hay un bar, se entra por la puerta chica del lado del letrero, la escala era un poco oscura, cuando íbamos subiendo, en un descanso me tomó de la cintura y me puso contra el muro, y de manera violenta me besó y puso todo su cuerpo presionando el mío.

-Aquí este weón me va a asaltar -pensé-. Sin embargo respondí su beso y recibí ese punteo directo a mi pelvis. Luego me soltó y siguió subiendo la escala y yo desde atrás miraba su espalda, su jean gastado en las nalgas, ese polerón color naranja y sus zapatillas grises. Era una estructura firme y daban ganas de colgarse a ese cuerpo de macho firme.

La habitación era sencilla y un poco lúgubre, una ducha en un rincón separada de la cama solo por una cortina de esas plásticas del Homecenter, un rollo de papel higiénico a medio usar en un velador, un jabón de segunda mano en la repisa y un juego de toallas limpias dentro de una bolsa de nylon. Hasta este punto no hablábamos ni nos tocamos.

-Me voy a duchar porque estoy sudado -dije para romper el silencio.
-Vaya, yo lo sigo después perrito -agregó el Willy.

Mientras me desnudaba trataba de mantener mi mochila a la vista, portaba en ella mi uniforme, mis documentos, tarjetas y uno que otro artículo médico. (No soy médico, soy del sector técnico), miraba como mi conquista se sentó en la cama y comenzó a desabrochar sus zapatillas.

Una vez secándome ya fuera de la ducha, y al verlo despojarse de su pantalón y quedar en bóxer, dejando sus zapatillas cerca de la puerta, me empecé a entusiasmar, y cuando iba a la ducha me preguntó:

-Me quiere jabonar la espalda? -mirándome con picardía.

Me acerqué y puso su espalda a mi disposición, evitando en todo momento que el agua fuera a caer fuera de la cortina plástica y mojar el piso del dormitorio. Luego se agachó y desde un lado del estanque del wc sacó un frasco de shampoo, lo que en principio me sorprendió, claramente mi nuevo amigo conocía absolutamente el lugar.

Una vez fuera de la ducha y con la toalla a la cintura se dirigió a la cama y comenzó a secarse el pelo, los brazos, el pecho, y se sentó para secar sus pies. La pieza entera se invadió de olor a pies, en realidad era insoportable, no es ese olor que hay a veces en los vestidores del hospital donde nos vestimos todos; hombres y mujeres, este era un olor invasivo, entre a habas y aceitunas. Ahora entendí porque dejó las zapatillas lejos de la cama, pero a esta altura de la situación era poco lo que se podía hacer.

Su piel era muy blanca, sus piernas prudentemente velludas, pero desnudo aparecían sus músculos duritos, su corneta estaba con una melena generosa, y a pesar de ello se dejaba ver un buen tronco con un champiñon harto imponente. En esta parte la hediondez a patas era un detalle.

En el otro lado de la cama yo me sequé con mi toalla y luego me metí entre las sábanas, estaba caliente, necesitaba sentir el sabor de ese león de cabellera oscura que pendía de la pelvis de mi amigo. Se puso frente a mí y acercó ese tronco mirándome como invitándome a recibir entre mi bigote y barba ese grueso pedazo de carne (recién bañado).

Mis labios se separaron haciendo un leve ruido que se ampliaría luego cuando tuviera entre mi lengua y mi garganta la parte de ese tremendo cono capaz de llenar de sobra el espacio de mi boca. Era sorprendente lo gruesa que se fue poniendo esa tula, yo disfrutaba mucho pasándola por mi rostro, mi pecho, el escribía con su plumón en mi guata, en mis tetillas, lo escondía en mis axilas, mientras con una de sus manos comenzaba a buscar entre mis nalgas, su gruesa mano tenía que hacerse espacio entre mi ranura, sus gruesos y torpes dedos punteaban erróneamente entre mis testículos y mi hoyito, a ratos se recostaba a mi lado sin abandonar esa misión, me besaba y me hacía gemir chupando mi barba y a ratos me comía los labios y el bigote.

Debo destacar que hace años no me exponía a una experiencia callejera, era como un arranque de viudo de primavera no más, por lo que no me manejaba con los códigos que pudieran usarse ahora en estas aventuras.
De pronto veo que toma las almohadas y las pone cubriendo el respaldo bajo de la cama, y yo pensé que nos acostaríamos al revés de la cama, como a los pies.

-Venga, acuéstese boca abajo y ponga la guatita en las almohadas- instruyó.

Osea me ponía en cuatro con las manos en la alfombra a los pies de la cama!!!!

Luego de besarlo hasta sentirme algo más relajado, y con los labios adoloridos y calientes, me puse en la posición señalada. Mientras me instalaba y con la cabeza colgando cerca de sus zapatillas, pude advertir que bajó hacia sus jeans, sacó un globito y me hizo envolver su maravillosa pieza en un condón rojo.

Se instaló sobre mí, rosando sus pies con los míos, su cuerpo grueso cubría todo el mío. En esa posición comenzó a besar mi barba en esa parte que se junta con mi patilla, y yo sentía en mi espalda esa verga desorientada como mal dirigida pero durísima.

-De cuando que no se lo comía?-preguntó intentando infructuosamente de guardar esa callampa hambrienta en mi jaula estrecha.
-Hace mucho…..cuidado, despacio -imploré.

Tomé aire, con sus zapatillas frente a mi cara, y a pesar del dolor no podía entrar.

-A ver, venga, levante las piernas… -mientras reubicaba las almohadas en la cabecera de la cama.

Yo adolorido trataba de seguir las instrucciones, y debo reconocer que con las piernas hacia arriba, y teniendo como panorama su pecho blanco y sus pocos pelos oscuros, al parecer me relajé un poco.

-Uuuuy… cui-da-do me due-le… -alcancé a balbucear, pero no fui escuchado.

Al parecer su motricidad fina era peor que el hedor de sus patas. Intentando con tres aserruchadas me llenó todo y más con ese tremendo monstruo palpitante entre mis entrañas. No disfruté al principio, pero de pronto lo dejó estacionado al fondo y se dejó caer sobre mi pecho, comió mis tetillas, vibraba sobre mí y dentro de mí que ni siquiera advirtió que entre el sudor se iban mis lágrimas de dolor.

-Está rico, quiere que se lo saque? -preguntó cariñosa y tiernamente.
-Déjelo ahí, se siente muy rico…

Estaba en eso cuando puso una de sus axilar sobre mi nariz y boca, y de manera automática comencé a chupar esos vellos sudados mientras estos se enredaban con mi barba y bigote… de pronto se para, toma mis tobillos y abre al máximo mis piernas, sonaba todo lo suyo estropeando lo que me quedaba entre las nalgas, yo emití gritos y gemidos, y luego de unas tres embestidas violentas gritó, soltó mis piernas y me abrazó, sin desabotonar lo nuestro… fluidos salían de mí y se estacionaban en las sábanas, ya el dolor dio paso al placer y en esta parte a la picazón.

Tomé el taxi, pero admito que antes moví como sacudiendo mi mochila, llevaba olor a su intimidad en los bigotes, y en mi ropa prendido el olor de sus pies. La espuma se perdía en mi cuerpo, no hay como el baño propio. Luego del baño de tina y al acostarme, sonreí levemente y luego de meter los brazos bajo la almohada me dormí adolorido pero saciado al mil.

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