Soporte Inesperado – entre ingenieros

Este relato me pasó hace un año, tengo 30 años, vivo en USA, soy ingeniero, esto me pasó con un chavo tipo oso, casado con familia, a él lo llamaremos Juan y a mí Pedro.

En la planta donde trabajo, había demasiado trabajo y problemas, por lo que se pidió soporte a la planta de México para enviar a ingenieros y ayudar durante varias semanas.
Cuando llegaron los compañeros de México para el soporte en planta, yo ni me imaginaba que esa visita me iba a revolcar tanto la cabeza. Entre todos los que llegaron, había uno que se me quedó grabado desde el primer día: Juan. Un tipo grande, barba bien formadita, pecho peludo, brazos fuertes… el clásico oso que te saca suspiros con solo verlo caminar. Y además, simpático, con esa vibra calmada que te envuelve.

Juan estaba casado, pero su esposa se había quedado en México. Él vino solo, como la mayoría. Y justo a mí me lo asignaron para trabajar juntos durante esas semanas. Al principio fue puro trabajo, cero tensión… pero poco a poco, la confianza fue creciendo. Nos reíamos de todo, hablábamos de la vida, nos íbamos entendiendo de una forma que no era muy común entre compañeros.

Yo también estoy casado, pero nadie en el trabajo sabe que soy gay. Entonces todo lo manejaba con cuidado. Igual, cuando salimos un día a tomar con varios del equipo, me lancé solo. Esa noche fue especial desde el arranque. Él iba en short, igual que yo, y al verlo caminar con esas piernas peludas y esa energía que se gasta, yo ya andaba medio loco por dentro.

En los bares empezaron las bromas. Juan, entre risas y tequilas, me decía cosas:
—¿Qué, Pedro? ¿Me la vas a mamar o no?
Yo le soltaba una carcajada y le decía:
—No te aguantarías, compa.
Y él sonreía con esa cara de “bromeo… pero no tanto”.

Ya en el último bar, con las luces bajitas, la música sonando y los tragos haciendo su efecto, se me pegaba pegaba demasiado. Lo sentía cerca, mucho más de lo normal. Y yo ya andaba demasiado caliente y excitado.

Cuando el lugar cerró, nuestro otro amigo fue al baño, Juan se acercó y me soltó:
—Neta güey, Sí o no?
Lo miré directo, y le dije bajito:
—Vámonos a tu hotel, pues.

Caminamos rápido. En el camino iba nervioso, diciendo que no sabía si estaba bien, que tenía a su esposa, que no era así. Yo le respondí tranquilo:
—No va a salir de aquí, tu tranquilo.

En el elevador, el ambiente ya estaba caliente, le puse la mano sobre el short y su verga ya estaba dura, fue la primera vez que se la toque, y tremenda verga.

Ya en su habitación, cerramos la puerta con seguro y se quedó parado frente a mi. Le levanté la camiseta, y ahí estaba ese pecho peludo que tanto había imaginado. Me le acerqué despacio, le di un beso en el cuello y sentí cómo se le erizaba la piel.

—¿Estás seguro? —le pregunté bajito.
Él solo me tomó de la cabeza y me besó.

Fue un beso lento, intenso, con esa mezcla de miedo y deseo que te prende más. Lo empujé hacia la cama, y se dejó caer. Le abrí el short, lo bajé y quedé en shock un segundo, una verga rica de 19cm, grande, con las venas bien marcadas y blanca.

—Estás cabrón, Juan… —le dije, sonriendo.
Él solo se rió y me dijo:
—Haz lo tuyo, Pedro.

Se la empecé a mamar, disfrutar cada parte de su cuerpo, le chupe su pecho, huevos, verga, era perfecto.
En eso el me dice:
—Te quiero coger
Me dio la vuelta y me puso mis piernas en sus hombros, y me la comenzó a meter, mientras me besaba y miraba su cuerpo peludo.

Fue riquísimo, me cogió hasta que se vino dentro de mi,
Sentí su leche, calientita, en ese mismo instante yo me vine sin necesidad de jalármela.

Cuando terminamos, el se acostó, me quedé en sus brazos, mi cara en su pecho peludo por unos minutos, lo bese por un par de segundos y le dije me tengo que ir.
Salí del cuarto, aún ebrío, aún sin creer lo que había pasado con mi amigo hetero, pedí un Uber y me fui a mi casa.

El resto de la semana fue extraña, nunca hablamos del tema, ni lo volvimos a repetir, el se regresó a México y ya no tuve otra vez con el