Santo pecado – Parte II

Esa mañana, no salimos de la cama.
Sebastián me abraza y comenzamos a mirarnos profundamente. Se acerca más y me da un beso. Ese beso despertó la pasión que llevábamos encima y nos empezamos a lamer enteros; el cuello, las orejas, el pecho, sus labios, esos labios eran delgados pero tenía una sonrisa amplia, por lo que sus besos eran grandes y ricos.

Luego de haber tenido mi primera penetración, Sebastián se da vuelta y me pone el trasero a disposición, comienzo lentamente a repetir lo que había sentido un rato antes.
Comencé lentamente a introducir un dedo por su trasero, abriendo paso a ese círculo que se encontraba cerrado. Luego de un rato, me acomodo más y comienzo a besar su ano, muerdo su trasero y lentamente comienzo a introducir mi pene en él.
Entró con dificultad, me dolía un poco, creo que por falta de lubricación, así que lo saco, le escupo el ano y comienzo de nuevo a introducirlo, esta vez fue más fácil. Él estaba de espaldas, entierra la cabeza en la almohada y estira sus manos por la cama, yo me acomodo, me subo encima de él, él levanta el trasero y lo introduzco completo.
A medida que pasaban los minutos, él comienza a gemir, se notaba que estaba disfrutándolo y yo también. Me recuesto sobre su espalda sin dejar de meterlo. Con mis manos tomó sus manos y así le di un momento, pero me quitaba movilidad, así que me arrodillo y sigo metiéndoselo, mientras que con mis manos levantaba su trasero para que entrara mejor.
Sebastián se da vuelta y levanta las piernas colocándolas a la altura de mis hombros, introduzco de nuevo mi pene en su ano y siento que llegue más profundo que la metida anterior. Afirme sus piernas con mis manos y comienzo a meterlo más rápido.
Se produjo un sonido interesante, el sonido de la lubricación, lo cual generó que la escena fuera más caliente todavía. Al metérselo, su pene se movía y con una mano comencé a masturbarlo.
Después de unos minutos, Sebastián lanza el semen sobre su pecho, dando gritos de placer, los cuales hicieron que yo también eyaculara, le llené el trasero de semen y al sacarlo veo que empieza a empujar el semen para que salga. Lo recojo con mi pene y lo vuelvo a introducir en su ano, fue una sensación exquisita.

Ese día nos quedamos juntos. Comimos, conversamos, me contó cosas sobre su homosexualidad encubierta y como trataba de ser un hombre de Dios y de la Iglesia.
Le dije que lo más honesto era dar un paso al costado para que sea realmente feliz, pero finalmente la decisión era de él, no mía.
Esa noche se quedó conmigo. Lo hicimos dos veces más.
El martes en la mañana nos duchamos juntos y nos masturbamos en la ducha.
Fui a clases y él se fue a hacer sus cosas.

Así estuvimos mucho tiempo; viéndonos en mi departamento, saliendo a hacer cosas de amigos y viéndonos en el hogar los sábados.
Su disponibilidad era bien limitada, pues tenía que hacer cosas propias de su elección de vida.
En las vacaciones de invierno y de verano nos íbamos juntos de vacaciones algunos días.

Pasaron 4 años.
Yo me titulé, él estaba a punto de ordenarse de diácono, lo cual es previo a la ordenación sacerdotal, generalmente la segunda ocurre un año después y seguíamos teniendo esta relación paralela. Paralela para él, pues, él tenía este conflicto de ser y no ser. Frente a ese tema yo estaba más resuelto.
Estaba enamorado de él. Sebastián decía que también estaba enamorado de mí, por eso no era capaz de dejarme y enfrentar la coherencia que había elegido en su vida.

Tres meses antes de que se ordenara de diácono, terminé con él.
Le dije que no podía ser el eterno amante de en su vida, que agradecía todos estos años de relación y de amor, pero lo más sano era que termináramos.
Sebastián entendió. Eso sí, luego de mucho drama, de una noche entera de llanto en mi departamento y de promesas que yo sabía no se iban a cumplir.
Nos dejamos de ver y de escribir.
Semanas después, él se fue de retiro para ordenarse. Cuando volvió me escribió para invitarme a la misa en la catedral.
Fui con una persona que estaba conociendo. Era un colega de un servicio de la clínica en la que trabajaba. Llevábamos saliendo cerca de tres semanas.
Cuando lo veo postrado ante el obispo, comprendí cuál era su elección. Lloré.
Mi pareja de ese momento me abrazó mientras lloraba.
Al terminar la celebración, nos encontramos a la salida de la catedral. Él me ve con mi pareja y no dice absolutamente nada.

Esa noche, ya era tarde, como las 23.00 horas y me llamó por teléfono.
Le contesto y me dice:
– Marcelo…. Estoy abajo, en tu edificio ¿puedes salir o puedo subir?
– No creo que sea correcto que hablemos o nos veamos. Te voy a dejar. Además, no estoy solo– le miento.
– Sé que no es así, sé que estás solo.
– Sebastián…. ¿Qué quieres?
– Que hablemos!!!
– No puedo hablar con usted, señor diácono. Usted es un hombre consagrado ya. Dejemos esto hasta aquí – le insisto.
– Voy a subir!!!
– No!!! Por favor, no. No subas!!!

El conserje me llama para avisar que Sebastián está abajo.
Pensé en decirle que no lo dejara subir, pero pensé que todo eso sería un espectáculo innecesario. Precisamente por eso le dije que bueno, que subiera.
Minutos después, sale del ascensor. Yo ya estaba en la puerta esperándolo.
Ingresa a mi departamento y comienza a increparme, de por qué fui a la celebración con otro hombre.
– A ver Sebastián!!!! Tú y yo no somos nada. No tengo porque darte explicaciones de lo que hago, con quien ando o a donde voy. Nosotros ya conversamos de nuestra situación y estuvimos de acuerdo en que no podemos continuar así. Así que te pido por favor que no insistas y que además no me hables de esa forma.
– ¿¿¿Que no comprendes que aún no puedo olvidarme de ti Marcelo??? Te amo!!!!! Y no puedo estar sin ti!!!
Se acerca y trata de darme un beso.
Sentir sus manos tocándome la cara para darme un beso fue algo que hizo que las emociones que había ocultado estas últimas semanas aparecieran nuevamente, pero sabía que tenía que controlarme. Él tomó su decisión, yo lo respeté. Ahora esperaba que él también respetase mi decisión y que asumiera las consecuencias… pero no pude. Sentí que mi corazón latía fuertemente por él.
– No me toques por favor – le dije mirando hacia el suelo – Por favor no.
Él se acerca nuevamente y esta vez apoya sus labios en los míos. No me pude resistir y comenzamos a besarnos.
Fue un beso apasionado, con mucha de la emoción que había en ese momento. Intensísimo y caluroso.
Rápidamente comenzamos a sacarnos la ropa y a besar nuestros cuerpos. Yo estaba vestido con ropa normal, un pantalón, una camisa y un sweater. Él andaba vestido de cura.
Le saqué su camisa de cura y desabroché su pantalón. Quedamos desnudos y seguimos besándonos. Terminamos teniendo sexo en el sillón.
Él se recostó encima de mí y con sus manos fue acariciando cada rincón de mi cuerpo. Rápidamente me penetró y sentí una enorme felicidad de tenerlo dentro de mí nuevamente. Fueron años de hacerlo, él a mi, yo a él. Ambos sabíamos cómo nos gustaba y lo que queríamos, por lo que para él no fue difícil saber cómo avanzar.
Yo crucé mis piernas sobre su espalda y él me abrazó completamente, mientras hacíamos el amor. Sus embestidas eran suaves pero profundas. Luego de unos minutos, pocos minutos, ambos acabamos juntos.

Al terminar, nos comenzamos a besar nuevamente, bajo mis piernas de él, nos acomodamos y le digo:
– Seba!!! No podemos hacer esto, no más!!! No puedo ser el amante de un cura. Por favor, no me hagas esto!!!!
– Marcelo ¿¿¿qué pasa si te digo que estoy dispuesto a dejarlo todo por ti???

-¡¡¿¿queeee??!! ¡¡¿¿Estás loco??!! ¿¿¿Qué diría tu familia???
(El provenía de una familia donde habían varios curitas en su historia familiar, incluso un obispo)
– ¡¿¿El seminario??! ¡¿¿La gente??! No, no, no… no digas estupideces… no.
– No son estupideces. Te amo mi amor. No puedo ni quiero estar sin ti. No puedo!!!! – comienza a llorar, mientras me besa.
– Sebastián, no puedes estar hablando en serio. Lo que te pasó se llama “tener celos» pues, nunca me habías visto con otra persona. Tú tienes tu vida resuelta y esa es la elección que hiciste.
– Marcelo, solo quiero estar contigo. No he podido sacarte de mi cabeza desde aquel día que te conocí, desde ese sábado en ese hogar, desde esa noche que te besé fuera del mall, desde esa noche que pasamos juntos y que se alargó por dos días. Han pasado los años y no puedo quitarte de mi.

Me acomodé para seguir hablando. Ambos nos sentamos, aún estábamos desnudos. Le pido que se serene, que se calme, comienzo a buscar mi ropa para vestirme, pero me detengo a responder lo último que dijo:
– Tuviste tu oportunidad hace mucho tiempo, hoy ya es tarde. Tú tomaste tu decisión y no puedes estar sirviendo a Dios y al diablo al mismo tiempo. Por favor, vístete y ándate. Y no vuelvas a buscarme. Si tanto me amas, hazlo por ese amor. No podemos seguir así.
Recojo su camisa de cura, de color negro, con el cuello clerical colgando y se la paso.
– Esta es la razón Sebastián. esta!!!! – le digo apuntando a la camisa – Tu decidiste!!!!

Sebastián se levanta del sillón, comienza a vestirse y, al salir por la puerta, me mira por última vez. Cierra la puerta y yo me derrumbo en el sillón a llorar.
Estaba desnudo todavía, lo que significó que el sentimiento de dolor, fuera muy profundo.
Esa noche lloré hasta dormirme.
Me desperté al otro día con dolor de cabeza y los ojos hinchados. Me levanté y fui al turno en la clínica. Trabajar me distrajo un poco pero tenía esa sensación amarga de pena en mi interior y a la vez tenía la convicción de que había hecho lo correcto.
Pasaron 6 meses desde aquella despedida.
Hasta que un día en medio de mi turno, fui a una habitación a pasar un tratamiento y había un sacerdote dando la extrema unción a un paciente. Estaba la familia del paciente y el sacerdote con ellos.
Al entrar, me percaté de la situación y menciono que volvería en unos minutos más, cuando de pronto, veo al sacerdote. Era Sebastián.

Revisado por: Tío Gerundio (anongrammarcheck@gmail.com)

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